Para utilizar un eufemismo, diremos que resulta bochornoso el hecho de ver a esa multitud de estudiantes y profesores, con pancartas y bocinas pidiendo que se les permita “seguir sacando fotocopias de todos los libros, sin ninguna restricción”, pues el impedirlo, es estar con el imperialismo y el nefasto neoliberalismo.
Pero ni una sola pancarta, ni un solo grito en contra de algo que ya resulta vergonzoso: al frente de la Universidad de Costa Rica y de la Nacional, están las fotocopiadoras que ahora resultan ser “las malas del paseo”. Y en cada fotocopiadora hay pegadas, en las partes más amplias y visibles de sus paredes, unas “listas interminables con el nombre de la materia, el apellido del profesor y la carpeta que contiene las fotocopias del libro que ese profesor ha sacado de otro libro de otro autor y las da a sus alumnos para que puedan estudiar su materia en ellas”.
Pregunto: ¿tan sumisos somos, tan colonizados estamos, en algo tan inepto nos hemos convertido, que no somos capaces como profesores –o de exigir como alumnos– que “al menos” el profesor de mi materia escriba con sus propias palabras la teoría que me expone o el ejemplo con el que me enseña? ¿En dónde quedan las teorías del aprendizaje significativo que me solicitan partir del conocimiento previo del alumno o, al menos, de buscar conexión con su propia realidad? ¿No puede el profesor “adaptar” un ejemplo de ingeniería mecánica que expone un texto norteamericano a la realidad tica? Un profesor que “enseña” comunicación, ¿no es capaz de “redactar” diez cuartillas para explicar la teoría de la pirámide invertida o lo postulados de McLuhan desde su propia concepción?
No se trata de una simple discusión sobre los “avaros intereses de los editores y libreros” que conforman la Cámara del Libro de Costa Rica, como se quiere hacer ver ahora el problema, ni tampoco del “libre acceso al conocimiento” al que tenemos derecho todos los seres humanos. No.
Se trata, ni más ni menos, de la oportunidad que tenemos de mostrar si en verdad estamos preparados para ser profesores universitarios o profesionales del mañana con pensamientos propios, reflexiones nuestras y asumir lo que el pedagogo colombiano Fabio Valencia Jurado dice: “Se requiere que el profesorado se asuma como parte de la masa intelectual del país y trascienda en el rol de mero aplicador de métodos o repetidor de supuestas verdades extraídas pasivamente de los libros, es decir, que se asuma como interlocutor y compañero de viaje por las disciplinas específicas del conocimiento con las que inevitablemente se ha de tratar cuando se afronta un problema o un centro de interés”.
Repito la palabra vergüenza, porque es la más afín con lo que siento cuando jamás he visto una manifestación de estudiantes universitarios y profesores en contra de los bares que pululan alrededor de las Universidades de Costa Rica, ni mucho menos pedir que les rebajen el costo del pichel de cerveza ni el de la cuarta de guaro, como sí lo hacen descaradamente en contra del costo de los libros para “justificar” por qué no lo adquieren y por qué lo fotocopian.
En muchos países no se permite, por decreto, que ni siquiera a dos kilómetros a la redonda de una Universidad se instale ningún establecimiento que expenda licor. ¿Podríamos exponer, sin ruborizarnos, lo que consumen o gastan los estudiantes de la Universidad de Costa Rica en la sola Calle de la Amargura versus lo que invierten en libros?
Cuba, que ha soportado durante más de 45 años un infame bloqueo que apuntaba únicamente a la parte económica, aprovechó sin embargo que esto les dificultaba comprar libros para escribir – así fuera impelidos por la situación– sus propios textos, desarrollar sus particulares metodologías y hasta contradecir viejas teorías y exponer las nuevas en áreas como Medicina, Ingeniería, Biotecnología, etc.
Hoy a los cubanos los tiene sin cuidado cualquier restricción en cuanto a fotocopias o venta de libros les quieran imponer. Tienen tantos libros redactados, tantas editoriales especializadas, que su real problema es que no tienen papel ni máquinas para imprimir sus libros.
¿No es pues el momento que tanto estudiantes como profesores universitarios de Costa Rica exijan y se exijan a sí mismos más rigurosidad en sus estudios y enseñanzas, más decencia y honradez en sus postulados y menos sumisión y genuflexión ante las teorías que exponen los textos extranjeros?
Sólo así podrán ver que los editores, los libreros y la Cámara del Libro en general, no son las mamparas que les permitirán seguir mostrando sus debilidades sino antes, por el contrario, el eslabón que necesitan para merecer la estrella del conocimiento que dicen perseguir.