De las piedras, los saberes y los años…

En los últimos años he sido testigo, en la comunidad universitaria, de varias situaciones en donde se expresa y materializa la exclusión como forma

En los últimos años he sido testigo, en la comunidad universitaria, de varias situaciones en donde se expresa y materializa la exclusión como forma de vinculación. Algunos ejemplos son: «¿todavía ese vejestorio trabaja en la Universidad?», «que se vayan ya, hay que darle campo a los jóvenes», «ese fósil no se quiere pensionar, no quiere dejar la Universidad».

Las sensaciones que les puedan ocasionar estas frases a las personas lectoras no se comparan con las que experimentan las personas que las escuchan y, lo que es peor, que las viven, no solo por ser personas adultas mayores, sino por estar en una condición particular en la estructura organizativa universitaria. Estas situaciones están contextualizadas en espacios de trabajo particulares, y considero que se dan con mayor frecuencia donde vive el discurso de la innovación y del cambio. Aclaro, estas situaciones no solo están dirigidas a una población por su condición de edad, también son señales para las personas que han pasado varios años en un determinado trabajo o puesto. Lejos de reconocer discusiones sobre procesos de mejora cualitativos, he encontrado expresiones vacías que atacan a las personas y aspectos de forma de los procesos institucionales.

Al respecto, sugiero prestar atención: los cambios son deseables y necesarios solo y cuando estén basados en la experiencia y en la problematización conjunta con la participación diversa de los actores involucrados; de lo contrario, podrían constituir un retroceso o un problema cuando se sustentan en imaginarios individuales basados en apriorismos. Coincido en que es necesario revisar, mejorar procesos y potenciar la creatividad, con la colaboración también de las iniciativas juveniles, pero quiero hacer patente que las críticas que se deban realizar a los actos de las personas deben de estar siempre enmarcados en condiciones de evaluación que sustenten cualquier cambio. No hacerlo supone autoritarismo y exclusión. La mediocridad, la irresponsabilidad o la inaptabilidad que muestren personas de la comunidad universitaria −condiciones que no son características necesariamente de las personas de más años en la institución− se tienen que regular a través de los procesos de ingreso y de evaluación permamente, pero, sobre todo, a partir de objetivos universitarios claros que suponen también el estímulo, el reconocimiento y la formación.

Fundamentalmente, encuentro que vivimos una época en la cual la institucionalidad universitaria pública no está logrando manejar las presiones de un mercado que determina quiénes tienen el supuesto saber y la práctica que se necesita, un sistema que engolosina a las personas jóvenes que logran −con dificultad− llegar a un espacio de trabajo y jefaturas que las promueven con discursos de innovación y de cambio. También, como paralelo de cómo se expresa la exclusión epistémica, podemos revisar los cambios curriculares que se están dando en algunas escuelas, para poder «competir» con las universidades privadas y satisfacer requerimientos laborales.

Pero lo que está de fondo, es un sistema que instrumentaliza la juventud para su provecho y para los intereses particulares de un momento político o social, pero que no dudará en cubrir la capa juvenil con otra. Es un sistema que hace competir a las personas; un sistema que desecha la experiencia y los saberes, tanto académicos como vivenciales, que se acumulan y amalgaman en la experiencia humana. Considero que esta situación se relaciona con las transformaciones que está viviendo la Universidad pública, la cual tiene que ofrecer servicios y profesionales para el mercado, no seres humanos con bases integrales en las diversas áreas de conocimiento.

Las autoridades universitarias deben poner mayor atención a las relaciones humanas que se dan en los espacios de trabajo y que se reproducen a partir de la jerarquía y los sistemas de contratación. Con este modelo excluyente, competitivo y anómico, se está asfixiando la experiencia y la acumulación de saberes diversos; se está asfixiando el futuro, con la exclusión de lo considerado «pasado». Seguirá generando infelicidad en el conjunto de las generaciones ya que estas no lograrán nunca complementarse.

A propósito del Simposio internacional de esculturas «Espíritu de la diversidad», que se realizó en Puntarenas el año pasado −en cuyo video de memoria uno de los escultores expresó: «la piedra es lo más cercano a lo eterno del ser humano»− insisto: en el fósil, en la piedra, podemos encontrar saberes desconocidos que han sido esculpidos a partir de una pulsión también creativa en el pasado, saberes que se convierten a su vez en conocimiento acumulable y base para la creatividad presente y futura.

 

 

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