De lógica, tolerancia y laicidad

El 9 de mayo pasado publiqué en estas páginas de opinión un artículo titulado “La UCR es laica”. Me referiré en seguida a algunas

El 9 de mayo pasado publiqué en estas páginas de opinión un artículo titulado “La UCR es laica”. Me referiré en seguida a algunas reacciones de dos sacerdotes católicos (Miguel Picado Gatjens y Mauricio Víquez Lizano).

Sigo sosteniendo, como en mi artículo anterior, que el culto y el proselitismo religiosos de cualquier credo (repito, de cualquier credo) son inadmisibles dentro de la Universidad de Costa Rica. ¿Por qué? Porque se trata de una universidad pública y laica, porque las ceremonias religiosas y la presencia de símbolos religiosos, dentro del campus universitario, no son una manifestación del derecho a la libertad de culto, como han argumentado los dos sacerdotes, sino un privilegio, principalmente de la iglesia católica. Con esto no estoy abogando porque el campus universitario se convierta en un espacio de culto o proselitismo multiconfesional. Sencillamente no es un espacio para ningún culto religioso. Defender esto no es intolerancia, sino respeto a la libertad de adherirse o no a un credo, manteniendo el principio de igualdad ante la ley. No está de más recordar que la defensa de la libertad religiosa y la igualdad se debe más a las propuestas democráticas y laicas modernas que a cualquier religión. Solo como ejemplo, el Syllabus de Pío IX, cuyo pontificado abarcó de 1846 a 1878, condena abiertamente la libertad de culto, de pensamiento, de imprenta y… ¡de conciencia!

Don Mauricio Víquez insiste, tanto en su artículo del Eco Católico (27-5-12), como en el de este Semanario (6 al 12 de junio del 2012), en una distinción francamente espuria entre laicidad y laicismo. Se refiere a una laicidad “sana” o “ideal” y a un “laicismo”, que entiende como un “extremo insano”, antirreligioso, que “impone sus puntos de vista, discrimina, desacredita y ridiculiza” y hasta produce mártires. Le atribuye al “laicismo” lo que en realidad corresponde a los totalitarismos, y estos son del más variado cuño, no solo irreligiosos, pues muchos se han cobijado, y se cobijan aún, bajo la bandera de alguna fe excluyente. Un Estado laico, don Mauricio, no es antirreligioso, ni ateo, ni agnóstico, ni siquiera anticlerical.

Dice usted también que en mi “articulito” (sic) caigo en “exageraciones”, atribuyéndome lo que nunca dije: que busco reducir el espacio para practicar la fe “a las sacristías” o “debajo de la cama” del creyente (!).  Usted es quien exagera, pues existen lugares más bellos y amplios, como los templos; o más confortables y privados, como el resto de nuestras casas, para “celebrar en clave teológica” las creencias.  Esto, por supuesto, no le quita el derecho a ninguna religión de “permanecer en la plaza pública”, pero para opinar, discutir, proponer, no para adoctrinar o utilizar un bien público (pagado y mantenido con los impuestos de toda la ciudadanía) para celebrar un ritual.

Al respecto, coincido con don Miguel Picado (Semanario del 9 al 13 de junio) en que todos los credos religiosos tienen derecho a sus símbolos y ceremonias. Y, sí, don Miguel, soy, como usted dice –aunque lo dude- una profesional en filosofía, experta en comprensión de textos, signos y símbolos, por eso percibo la riqueza representativa de un “pasito” o de una cruz, de un shofar o un menoráh, de la kaaba o del tawaf… Solo que no reclamo privilegios para ninguna ceremonia o símbolo, y menos en nombre de tradiciones o mayorías. Apelar a la tradición o a la antigüedad nunca es un buen argumento, porque supone que lo que se ha hecho siempre, quizás incluso desde tiempos inmemoriales, resulta, por eso, bueno y aceptable. Y lo mismo pasa cuando se legitima un acto o una omisión amparándose en el criterio de la mayoría, que a su vez se basa en el supuesto de que son verdaderas siempre las creencias sostenidas por un gran número de personas. ¿Es necesario dar ejemplos históricos de estas falacias?

Don Miguel: había leído antes de que apareciera en este Semanario su artículo. Lo publicó el 5 de junio, en el “El País digital”. Se trata del mismo artículo, salvo por dos detalles curiosos. En su artículo del Semanario ya no compara la celebración de un acto religioso en la UCR con un “mitin a favor del amor lésbico”, ni cierra el artículo advirtiéndome que “las buenas laicistas se ven muy guapas practicando la tolerancia”. Nada de eso, ahora usted es “políticamente correcto”, contiene sus fobias y su machismo y procura no ser inatinente. Sin embargo, como soy experta en comprensión de textos, me quedo con el que escribió primero, porque tal reacción emocional a mis argumentos dice más de usted que la prevención con que luego trata de remediar el exabrupto. ¡Ah!, y no soy ingenua. No creo que eliminando la confesionalidad del Estado desaparezcan, como por arte de magia, los privilegios que en nuestro país tienen la iglesia católica y su feligresía. En la UCR se realizan actos religiosos no porque el Estado todavía sea confesional, sino porque muchas personas universitarias confunden sus derechos con privilegios.

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