Debates universitarios

Paso la observación de este universitario a conceptos porque un artículo no permite trabajar el caso específico que él puso como ejemplo. El “Semanario

En la tarde de un miércoles me divisa en uno de los pasillos universitarios un investigador/docente y se abalanza sobre mí para decirme “¡¿Viste qué ataque?! ¡Qué bárbaro! ¡Directo al cuerpo! ¡Sin ningún argumento!”. Le digo que sí, que ya lo vi, que no es para preocuparse. Que en Costa Rica algunos creen que entrar en una discusión consiste en descalificar al otro y no en rebatir sus argumentos. “No es privilegio local”, termino. Y como lo veo entre agitado e indignado, le sonrío: “Además no fue al cuerpo, sino al nombre y apellido. Si me llamara Srydh Lexkbeth no habría hallado qué decir”. Aunque la frase no lo calma, hace un cambio brusco: “Yo sí tengo argumentos en esta discusión sobre el semanario”. Y sigue “Para mí es una cuestión política y ahí sí se te puede hacer un alcance sobre la dirección de Laura Martínez”. “Sí, es política”, le digo, “¿pero en qué sentido lo afirmas?” Él va urgido a una reunión y tiene poco tiempo, así que me lo explica con un ejemplo: “Mirá, en el conflicto entre la Escuela de Formación Docente (Facultad de Educación) y otras Escuelas el semanario informó solo lo que decía la primera. Y fue omiso con los cuestionamientos de las segundas, que eran varias, Matemáticas y Filosofía, por ejemplo. Entonces sí se trata de una publicación que se inclina políticamente por el statu quo. Por ello  puede decirse que favorece a la Rectoría y a sus aliados”. “Es un punto”, le digo, porque advierto que anda a la carrera. “Y creo también que contiene uno varios argumentos”. No termino de decir esto cuando ya el docente/investigador ha dado más de un paso para ir a sumergirse en su reunión. Me agita una mano. Lo traduzco como seña de solidaridad.

Paso la observación de este universitario a conceptos porque un artículo no permite trabajar el caso específico que él puso como ejemplo. El “Semanario Universidad” carecería de una línea de investigación periodística que le permitiese informar acerca del carácter institucional de los conflictos que se presentan en la realidad universitaria. Al carecer de esta línea de investigación, su información se inscribe, queriéndolo o no, a favor de la lógica de ‘autoridad’  vigente en la UCR. Así, el periódico estaría al servicio de la Rectoría de turno, sin que ésta tuviese que intervenir directa o personalmentente en su línea informativa y editorial. Pienso que el reparo es correcto. El semanario tiende, en sus páginas informativas, a percibir y mostrar una UCR sin conflictos sistémicos y presta atención floja a los conflictos situacionales. De aquí que no haga “olitas” a la autoridad y “sin querer queriendo” se incline políticamente por el statu quo y por algunas de las personalidades que lo representan.

Lo que dice este académico es un planteamiento político porque versa sobre la constitución y las condiciones de reproducción de la institución universitaria. Es el mismo sentido en que, en estas páginas, se ha intentado mostrar que la cuestión de la dirección del equipo periodístico del semanario y su continuidad o remoción no es un asunto de personas solamente, aunque pase por ellas y por sus rendimientos, sino una cuestión en la que debe debatirse las condiciones en que los periodistas pueden y deben realizar el trabajo que la tradición y el estatuto institucional les imponen. En mi opinión, esas condiciones pasan por dotar al semanario no solo de las calidades materiales para su desempeño sino especialmente por blindarlo institucionalmente de la voluntad de autoridades personales.

Pero el asunto también pasa porque el semanario entienda que la UCR posee internamente conflictos situacionales y sistémicos y que es necesario cubrirlos con capacidad y honestidad. Me parece que el semanario no se ha dado esa capacidad. Creo asimismo que sin blindaje institucional esa capacidad quedaría en el papel.

Que sirva ese encuentro casual en un pasillo para mostrar que es factible presentar problemas y discutirlos con argumentos sin recurrir al expediente de mostrar que el otro tiene características personales que, a ojos de la autoridad y sus delegados, lo descalifican absolutamente. Nada más que porque los dueños del recinto esas razones no les simpatizan y las asumen como ofensas a su investidura.

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