El objeto de Piaget desde los años 60 fue crear un modelo explicativo (no solo descriptivo) de la inteligencia, el conocimiento y su genésica, él expuso por primera vez juntos los conceptos hoy fundantes de la complejidad.
Ésta va del mecanicismo y materialismo al vitalismo, del causalismo a la teleología, del cientificismo a la diversidad cognoscitiva (Rojas Z. 1991), de la fragmentación a la articulación, de la preformación a la epigénesis, de la causalidad lineal a la multicausalidad (Rojas Z. 1991) Lo cierto es que sin negar el genio de diversos autores y de Morin, seguimos encontrando importantes limitaciones en algunos de estos desarrollos.
La mayor parte de esas líneas aún se encuentra en una fase descriptiva (sin lo explicativo o integral) un ejemplo es la metáfora moriniana de holograma, tampoco se ha recuperado la intra-especificidad y aunque se critica el dualismo de opuestos aún muchas carecen tanto de instrumentación teórica para fusionarlos (por ello se recurre frecuentemente a estructuras lógicas aditivas y yuxtapuestas en lugar de a entramados, fusiones conceptuales o transformación de preguntas de partida) como de una teoría acerca de los subsistemas e identidad de las partes. No dan suficiente importancia a la diferenciación necesaria como fase previa a la integración.
Al insistir en la legítima preocupación por otorgar estatus epistemológico a formas de conocimiento relegadas por el cientificismo (arte, lenguaje, etc.) la teorización sobre la complejidad aún no ha ofrecido los criterios de validación que permitirían a esos saberes ser razonablemente considerables dentro de la categoría de conocimiento.
En nuestra primera publicación (1991) sobre Roles Cognoscitivos propusimos la Diversidad Cognoscitiva en la que los integrábamos dentro de la categoría de objetos cognoscitivos de comunicación y, así, formas de conocimiento. Para ello recurrimos a la convención filosófica que propone la imagen fiel del objeto en el sujeto como una validación de la verdad, solo que ahora estamos ante objetos de una naturaleza subjetiva y por ello, en este caso no es dable recurrir a validaciones convencionales como la necesidad lógica, la experimentación o teoría de probabilidades. Propusimos la noción de correlacionalidad entre la “imagen” del objeto en el sujeto y la estructura, naturaleza, o esencia móvil, subjetiva y específica de éste. En algunos casos, un criterio de validación que usamos fue el de vivencialidad, por ejemplo para el objeto espiritual, el cual resulta inaceptable dentro de la restrictiva noción de conocimiento que estábamos acostumbrados a considerar. Éste también es incluido por Morin, pero sin un criterio específico de validación.
Es necesario enriquecer las formas de validación pues la falta de elaboración teórica no es deseable (eso sucede por ejemplo en inteligencias múltiples).
Igual, la complejidad defiende justificadamente el ligamen de opuestos tradicionales (como social-individual, cantidad-calidad, etc.) pero sin ofrecer, generalmente, instrumentos teóricos para conseguir esa integración, ya sea por reconfiguración, fusión conceptual, reintegración o transformación en los referentes de partida. El uso frecuente del término “y” denuncia esta estructura aditiva “+1”, propia de una lógica yuxtapuesta.
Por esas razones la operacionalización en ciencias sociales y educación de estas líneas no es evidente o fácil aunque podría lograrse progresivamente.
Mi experiencia desde la filosofía y la educación, me ha permitido desarrollar una línea de pensamiento complejo neo-constructivista, que no presenta las anteriores limitaciones y además ha sido practicada con altísimos resultados en la educación con niños costarricenses.
Aunque ha sido llamada Teoría de Roles Cognoscitivos en publicaciones de los años 90, pronto cambiaremos su nombre debido a que el término “rol” se ha popularizado en exceso, adquiriendo connotaciones muy diferentes de las nuestras.