La acción de llamar la atención sobre lo que es estimado como sagrado y decir y hacer como que ese algo carece de tal valor es desacralizar. Los seres humanos pueden actuar bajo presión de otros y ante las circunstancias puede superarlas; puede oponerse a los criterios, costumbres y actividades de otros. El dilema que esto supone es si la oposición es en resultas beneficiosa o no, esto es, si de una u otra determinación se desprenden o no inseguridades sociales, ambigüedades en el comportamiento colectivo, desorientaciones en los propósitos personales y de las instituciones sociales y en la historia por venir.
Desacralizar tiene que hacerse con respeto, con veracidad y honradez. En casi todas las culturas y épocas históricas los seres humanos han divinizado y socializado. Se puede decir que hay un dato enigmático en la naturaleza que lleva a unos a divinizar y a otros a explicar por métodos explicativos y probadísimos las mismas cosas que tienen ante sus ojos.Lo peligroso es, en todo caso, quién, cómo y por qué ejerce lo sagrado y también quién, cómo y por qué ejerce la desacralización. Una sociedad que vive en lo sagrado es posible que difunda el amor como norma de vida, y por eso es posible que humanice y que contribuya al bienestar general de la sociedad. A su vez, una sociedad desacralizante y desacralizada puede que desarticule lo poco de honestidad, intento de equilibrio y ventajas comunitarias practicadas −por ejemplo− desde la visión del amor y del bien común. Desacralizar por desacralizar es peligroso, pues la ausencia de lo sagrado y su cuestionamiento puede ser entendido como ausencia de humanización que, sin saberlo o sabiéndolo, puede llevar implícita la desacralización.
Es necesario reparar siempre con cuidado, todo aquello que se convierta en vivencia colectiva y vida consecuente en un porvenir. En el caso de la sacralización y desacralización es siempre imperioso reflexionar. P. ej.: la existencia de estas sociedades o grupos religiosos, de sus prácticas, principios y tipos de vida ¿son compatibles con la existencia humana, con la convivencia y el desarrollo humanizantes? Las manifestaciones y normas de vida de esos grupos religiosos ¿atentan contra la felicidad de sus miembros y de terceros? ¿Estos grupos sociales imponen sus principios y modos de vida y fomentan el desprecio humano y actividades contrarias a la vida y al desarrollo de las sociedades? Y lo mismo se puede preguntar sobre los grupos desacralizantes. Y además se debe considerar, sacralizar y desacralizar ¿qué relación guarda con los derechos humanos, con la libertad de asociación, de pensamiento, de culto religioso? Lo fundamental en esto es siempre la consideración de hasta dónde y cómo se produce el deterioro de la sociedad; con otras palabras, cuándo y cómo y por qué sacralizar o desacralizar resultar algo realmente ventajoso para el individuo, la sociedad y la historia.
Tanto se yerra imponiendo la desacralización como la sacralización. En la sociedad debe prevalecer el acuerdo en función de la coexistencia. Las comunidades deben aprender a convivir. Es deshumanizante imponer, sea la sacralización o la desacralización. La imposición siempre es deshumanizante. Toda deshumanización conduce a la desorientación, a las incertidumbres del sinsentido y de los vacíos personales y sociales, a ciclos insospechados de desigualdad e injusticia y depravaciones egoístas y miserables. Una sacralización humanizante y ejemplar son deseables; procurarlas es una oportunidad que la reflexión y vida social debe intentar.
Si el mundo de hoy grita ¡desacralización!, significa decepción de algunos hacia la vida cristiana y que se espera más del testimonio cristiano. En el cristianismo primitivo el grito de los paganos romanos era: ¡Mirad cómo se aman los cristianos! Y eso y la molicie romana dieron al traste con el Imperio. Una lección de los mártires de entonces que los creyentes de hoy necesitamos revivir.