Don Tito Méndez, en su artículo “Desde la Radicalidad” (Semanario 1942), pronostica el advenimiento de un socialismo que aniquilará el capitalismo salvaje (multiplicador de la miseria y la injusticia social) y neutralizará a la potencia hegemónica que se atribuye el derecho de decidir cuáles países pueden desarrollar armamento nuclear y de imponer sus reglas con tenebrosas bombas inteligentes.
Respetable visión del mundo contra la cual no tengo nada; que sean los expertos en economía, ciencias políticas y afines los que evalúen sus aseveraciones. Si el nuevo socialismo triunfa felicitaré a don Tito en su regocijo y me guardaré los aplausos para cuando el fantasma que recorre Suramérica imponga la justicia social desde la Patagonia hasta Groenlandia.Es fundamental como dice don Tito, no cometer los errores que condujeron al fracaso de la URSS, y de lo que se llamó socialismo real. Bajo esa premisa no es claro por qué los líderes socialistas Siglo XXI apoyan un dictador que heredó el poder de su padre, quien a su vez lo obtuvo por un golpe militar y que hoy bombardea a su propio pueblo acumulando más de 14000 víctimas. Venezuela suministra combustibles al dictador sirio y tiene estrechas relaciones con Irán, una teocracia represiva, muy lejana al ideal que promueven los espíritus proletarios que transitan por América y que desde ya asustan al capitalismo. Mis amigos comunistas de finales de los años 60, hablaban de la “verdad objetiva” y de las contradicciones del capitalismo. Posteriormente se dieron cuenta que el socialismo no era tan objetivo y que tenía contradicciones que prefirieron soslayar, hasta que finalmente no solo cayó el muro, sino que les cayó encima intempestivamente.
Para que el fantasma no se espante, se requiere que los nuevos revolucionarios no insulten a quien tenga dudas de la praxis socialista, no le rindan culto a los líderes y mucho menos los embalsamen, no apoyen a dictadores represivos, líderes mesiánicos, vitalicios y corruptos como Gadafi, Idi Amín y otros del mismo linaje como se hizo en el pasado.
Si se manifiestan contra un país libre con un movimiento sindical fuerte, háganlo también contra países en los que los sindicatos son prohibidos, las elecciones amañadas y los estudiantes que protestan son masacrados y perseguidos, y los medios y redes sociales electrónicas están censurados.
Un viejo estalinista, líder del otrora influyente partido Vanguardia Popular, no se pierde una manifestación en los primeros lugares contra Israel, pero él y sus camaradas, se esfumaron ante los conflictos de Chechenia, Libia, la represión brutal de los estudiantes en Irán, el genocidio en Sudán, la masacre de Tianamen; ahora se quedaron afónicos con el conflicto de Siria y de seguro no desfilarán por los 49 niños muertos este 26 de mayo en Houla por las tropas de Assad.
Los eternos organizadores de mesas redondas, debates y desfiles para difundir propaganda panfletaria -como la de un connotado profesor quien acompañado de una siquiatra de acento germano, le dice a sus oyentes que en Israel encarcelan a los palestinos que comen sandía porque tiene los colores de la bandera palestina-, no han organizado ninguna para discutir la situación en Siria. Lo sorprendente de toda forma no es que ese profesor diga semejante disparate, sino que haya un grupo de académicos que se lo cree y que después de haberse interesado profundamente por el Medio Oriente, no organicen un solo conversatorio con expertos independientes sobre los crímenes en Damasco.
Si ser antimperialistas significa apoyar cualquier dictadura sangrienta que tenga conflictos con Estados Unidos, dinamite vuelos comerciales o ataque edificios civiles, el nuevo socialismo no pasará de las esperanzas y apologías en los cafetines universitarios.
Si este es el ambiente que se encontrará el noble fantasma de la emancipación proletaria, se devolverá aterrorizado para Londres antes de exponerse a un nuevo fracaso como el del socialismo real del siglo XX.