El pasado 28 de agosto, fui detenido por más de dos horas, junto a otros ciudadanos, por el jefe de un retén policial ubicado en las afueras de la ciudad de Zarcero. Buscaban a los asaltantes de una joyería en San Ramón.
La detención, arbitraria y grosera, fue perpetrada y sostenida por un chafarote del Ministerio de Seguridad Pública, totalmente metido en el estereotipo: fornido, agrio, mal encarado, altanero, apretado dentro de su uniforme y prevalecido de un supuesto poder para mandar y ser obedecido. Prendido en su camisa de oficial estaba su apellido: Alemán. Ironías de la vida.
Las cosas ocurrieron así: tomé un taxi colectivo desde la parada central de los buses en Ciudad Quesada. Junto al chofer, un hombre simpático y locuaz llamado John Peter, venía un joven empleado de una empresa comercial de aquella zona de apellido Gallardo. Al salir de La Villa, el chofer se reportó a su base y le indicó a su operadora que se dirigía con varios pasajeros hacia la ciudad de San José. Allí se encontraba la primera y elemental constancia del trayecto emprendido por el taxi y de la procedencia de sus pasajeros.
Al llegar a una venta de quesos, le pedí por favor a John Peter que se detuviera. Después de adquirir los consabidos quesos y bizcochos, abordamos el taxi para continuar nuestro viaje. Una patrulla se atravesó y descendieron varios guardias. Alemán, con gestos de hombre importante nos hizo descender para iniciar un supuesto registro. No habló con nadie; daba órdenes imperativas, ordenaba registros y traslados sin ninguna consideración.
Alemán daba órdenes indicándole a sus subalternos que debíamos ser conducidos a un lugar cercano donde estaba detenido otro taxi, con dos supuestos asaltantes de la joyería. De inmediato lo encaré, me identifiqué y le pedí explicaciones.
Me gritó, me alzó la voz, me dijo que me callara, que era él quien hablaba y que yo debía atenderlo. Cuando le dije, en voz alta, que actuaba con grosería e irrespeto, enfurecido me amenazó con esposarme. Le exigí que me dijera en qué condición éramos detenidos y trasladados a otro lugar. La respuesta fue lapidaria: «Ustedes son sospechosos», dijo.
El taxi, donde estaba nuestras pertenencias, incluida la más preciada y peligrosa de ellas, los quesos de Zarcero, se devolvió al lugar donde se encontraba el resto del operativo. Entre tanto, taxis iban y venían, lo que confirmaba mi propia sospecha de que el empeño de Alemán por privarnos de nuestra libertad, no era más que su represalia por mi atrevimiento de reclamarle airadamente, su acción improcedente. A todo esto, me permito declarar el comportamiento educado y respetuoso del resto de los guardias de la delegación de Zarcero.
Más de dos horas después y después de perder Alemán y su gente minutos preciosos en la búsqueda de los asaltantes, fuimos puestos en libertad y se nos permitió continuar nuestro viaje.
Señora Ministra de Seguridad, los costarricenses aplaudimos y apoyamos el valor y la dedicación de miles de nuestros guardias civiles, por enfrentar la delincuencia organizada y llevar mayor tranquilidad a los hogares costarricenses.
Sin embargo, la inseguridad ciudadana, el consumo y tráfico de drogas y la corrupción en gran escala, constituyen un problema integral, alimentado por la desigualdad, la ignorancia, la pobreza y la marginalidad, provocadas por las políticas neoliberales impulsadas por el gobierno del que usted forma parte. Además, la ineficiencia del aparato policial, sus fallas y limitaciones, son responsabilidad directa de los gobernantes y particularmente suya. También son responsabilidad suya, los oficiales formados en un modelo exclusivamente represivo y prepotente, totalmente apartado del espíritu costarricense. Nuestro temor es que ese modelo termine por imponerse.