El conjunto de energía, trabajos, cariños y ayudas que las madres despliegan para el bienestar de sus niños(as), desde antes del nacimiento y generalmente durante toda la vida (sin ignorar que hay excepciones), amerita que haya un día de celebración de la madre.
Sin embargo, esta costumbre parece haber llegado a estar ahora algo deslucida por varias razones, comenzando porque ya no hay día que no sea dedicado a algún grupo o actividad, aunque el día de la madre sigue siendo el más festejado. Sin embargo, su mercantilización extrema ha anulado prácticamente su sentido original, lo que ello evidencia, ante todo, es que ya ningún fenómeno escapa a las características de nuestras sociedades tecno-cientistas productivistas.
Por otra parte, dado que la situación de la mujer, y por lo tanto también de las madres, ha progresado en algunos campos como el legislativo, el educacional, y laboral; la desigualdad de género es menos flagrante, pero siempre muy arraigada y muy presente en muchos ámbitos que son de gran relevancia para la relación hombre-mujer.
Sabemos que la doble jornada de las mujeres, y aún más la de las madres, ha variado muy poco. Aunque últimamente más hombres participan de algún modo con las responsabilidades del hogar, generalmente lo hacen de manera esporádica y, a menudo, de mala gana. Cuando el hogar se compone de varios hijos, su situación es evidentemente todavía más difícil, y ni hablar de la madre-jefa de hogar, donde todo el peso de la situación recae sobre ella.
Pensando en las madres ancianas y dependientes sin recursos, su situación es la más lamentable y triste. En tal caso, el día de la madre no es más que una cruel ironía, así como se puede afirmar que mientras haya miseria, habrá violencia; así podemos y debemos entender que mientras no hay repartición igualitaria de las tareas y responsabilidades del hogar, habrá desigualdad de género. En la medida en que el día de la madre aumente la conciencia de ello tendrá mayor sentido e importancia, y quizás, algún efecto necesario.
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