“Me opongo a la violencia, porque cuando parece causar el bien este solo es temporal, el mal que causa es permanente”. Mahatma Ghandi
Con esta idea en mi cabeza simplemente entregué mi teléfono celular. Los ojos desorbitados de ese joven que podía tener no más de 21 años expresaba que quizá jamás había escuchado hablar de Ghandi ni de nadie.
No opuse resistencia, mucho menos cuando disparó a mis pies su arma. ¿Qué calibre? No lo sé. Nunca he tenido en mis manos un arma. No sé de balas. Toda mi vida he hablado de paz en las instituciones educativas en la que he laborado. Nunca he pensado en tener una pistola… hasta hoy.
“Deme el celular” insistía. Le quemó hijue… ¿verdad? Sí, me quemó la pierna pero aun más la dignidad y el corazón. Apenas eran las siete de la noche y me hallaba a solo diez metros de mi casa. Parecía que en un instante todo el mundo se detiene pues no pasó absolutamente nadie. De todos modos a nadie le interesa ya escuchar un disparo y asomarse por la ventana para ver qué pasó.
Totalmente indefenso, como si fuera un niño, la pobre víctima de la sociedad y de las circunstancias, me volvió a encañonar. Dispuesto a cumplir su cometido a toda costa descubrí que la violencia se parece muchísimo al miedo, pues sus manos temblaban mientras yo simplemente alcé las mías al estilo película de oeste. Ya con el jugoso botín de unos cien mil colones en su mano, el susodicho volvió a verme de nuevo mientras corría, se detuvo y me volvió a gritar “desde aquí me lo apeo”.
Entre todo lo que cruza por la mente en esos momentos le grité: “¡déjeme el chip!” pues sé lo engorroso que es realizar esos trámites en las dependencias respectivas y así no quedar completamente incomunicado.
Me quedé en el mismo lugar en que me dispararon. Un escozor en mi pierna, unas quemaduras pequeñas, algo de sangre y un estado de indefensión enorme.
A los treinta minutos llegó una patrulla. Dijeron que seguramente eran los mismos que habían asaltado a una muchacha minutos antes. Y probablemente se iban a parecer también a los que asaltarían a una anciana en los próximos quince minutos y mañana a un niño de edad escolar.
Como buen tico que se caracteriza por su conformismo y el decir que todo pudo ser peor, me quedé pensando en todas esas víctimas de violencia que han sido asesinadas por menos y debo dar gracias por haber quedado con vida.
¿Y si junto al teléfono hubiera tenido una pistola en mi bolsa? Bien lo exclamaba Winston Churchill: A quienes no conocen otro lenguaje que la violencia, hay que hablarles en su propio idioma.
¿Y si tan solo me hubiera dejado el chip?
Un tanto más sereno, se me vino a la mente un estribillo que dice: “Y créanme gente que aunque hubo ruido nadie salió, no hubo curiosos, no hubo preguntas, nadie lloró…
Al menos me hubiera dejado el chip.