Don Rodrigo Arias renuncia

El rostro es el espejo del alma, del espíritu. Se veía venir la cosa, pero el poder engaña, los aduladores, la herencia, la publicidad

El rostro es el espejo del alma, del espíritu. Se veía venir la cosa, pero el poder engaña, los aduladores, la herencia, la publicidad también. Ni se diga de los asesores de imagen, en quienes algunos ingenuamente depositan toda aspiración, y drenan la alcancía para oír cantos de sirena, en lo que son maestros dichos asesores. Se pasa por ese calvario cuando se es perdedor, y a don Rodrigo le tocó.

Su entrevista a mediados de diciembre en canal 11 con Alexis Rojas, una imposición -no cabe duda-, porque no había nada que se correspondiera con una entrevista verdadera, fue contundente: una queja, inusual, extraña, poco preparada, ambigua, de un Rodrigo que casi parecía reclamar a los costarricenses su poco apoyo, y todo esto frente a la pantalla del televisor, ante el desconcierto del periodista Rojas, a vista y paciencia de los ticos, donde lo único coherente fue la feliz Navidad y el año nuevo. A ojos de comunicador se llamó “tirar la toalla”, sin estar todavía convencido el boxeador. Una faena ridícula.

R. Arias fue víctima de Óscar, su hermano, quien le cerró toda aspiración por su pasado (muchos ven en la retórica una fuente de confianza). Para muestra, un botón de las contradicciones políticas: con un gobierno en el que sobresalía su programa “Paz con la Naturaleza”, firmó el decreto “llamado” de interés nacional, una noche al amparo de las sombras de un fin de año y destruyó Crucitas (una catástrofe ecológica). Y dije un botón, para no seguir con la retahíla: el sacro medio ambiente (que medio mundo ensalza para luego fusilarlo) era su trapito de dominguera. ¡Imaginen el resto! Lo que es decir una cosa y hacer lo contrario. Destruyó toda confianza.

Muerto en vida, como en los grandes secretos, esa fría realidad echó a correr por la conferencia de prensa del 4 de enero (los entretelones se entienden); los neoliberales del Istmo y hogareños no están dispuestos a arriesgar un capital que no podrán recuperar con creces por la deuda política, ni por cualquiera de esos métodos hechizos, que sobran cuando se tiene el poder. Cada día que pasa Araya aumenta puntos de diferencia. Ni pensarlo, los capitales se alejan, se aleja la euforia, el autoengaño. Quien iba a doblar brazos, como indica su hermano cada vez que olvida la humilde prudencia cuando alguien cuestiona sus propósitos, se ve obligado a llegar, después de varios intentos, de lanzar desplantes mediáticos, de una campaña prematura sin norte, más que acumulación de horas mediáticas, de fotografías con chiquillos cantantes, con alzadores de pesas cuya empatía envidia, jugueteando con la imagen que para nada le favorece, y con una exministra que entró en la orfandad. Contratando a uno de tantos famosos asesores de imagen, que solo sirven para hacer más onerosa la campaña, tuvo que confesarse impotente (no pudo el dinero con la dignidad). Apretando dientes despotricó contra todos, pero en concreto… fue una queja de la realidad.

Óscar lo tenía hundido desde la ocurrencia de la precandidatura; lo que pasa es que arrogancia e ignorancia muchas veces corren juntas, pero los pueblos no olvidan, y siempre pasan factura, tarde o temprano. Costa Rica no lo quiere, porque sabe lo que le esperaría en un gobierno que ya no fue; y a sabiendas de que sería solo ejecutor de su hermano.

Con la impudicia característica, desde esa misma conferencia de prensa, sus más allegados acólitos le guiñan ojitos a Johnny y desde ya empiezan a pedir cacao y a mostrar visos de alfombra. ¡Oh políticos más desdibujados! Las cosas son así de simples, aunque pretenda la ideología encumbrarlas a la filosófica retórica de cuán “difícil” y “sacrificada” es la política. Costa Rica debe seguir abriendo los ojos, esta primera seña es más que evidente.

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