Dones de Dios

Con fotomontaje de 1/3 de página y aspecto sagaz (obviamente no es militante del Frente Amplio) el vocero de la Conferencia Episcopal,

Con fotomontaje de 1/3 de página y aspecto sagaz (obviamente no es militante del Frente Amplio) el vocero de la Conferencia Episcopal, sacerdote Mauricio Víquez, publicitó en La Nación S.A. su rechazo doctrinal y político al decreto gubernamental de la administración Solís que busca legislar positivamente la fecundación asistida en el país. El Ejecutivo intenta cumplir con un mandato de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (OEA). Costa Rica es el único país de América que no se ha dado legislación apropiada en este campo y que, más bien, la prohíbe.

El titular de la entrevista reza: “Vocero de la Iglesia: “Tener hijos no es un derecho, es un don””. La propuesta del sacerdote Víquez es más amplia que el cartel: “No existe una declaración de derechos humanos en la que se hable del hijo como un derecho (…) Una vez que se habla de la familia y de la posibilidad de obtener vías para poder convivir, el tema del hijo no necesariamente está incluido” LN: 13/09/15). Su argumento puede usarse para indicar que la Corte Interamericana de Derechos Humanos se mete donde no le compete. Pero lo que la Corte reclama es que las parejas infértiles que desean hijos y podrían tenerlos con fecundación asistida (cuestión hoy enteramente factible) carecen de una legislación al respecto (lo que existe es una prohibición) y que ello supone su discriminación. La discriminación afecta asimismo a la mujer y al varón considerados como individuos. En Costa Rica, esta discriminación tiene asiento clerical.

La motivación clerical queda clara en el título de la entrevista y en las declaraciones de Víquez: “…el hijo no es un derecho, sino un don”. El “don” este lo recibe de Dios la persona o la pareja. Se trata de una divinidad que le niega su don a una minoría (aunque en cualquier momento podría regalárselo). Su caridad es, a la vez, selectiva y arbitraria. Antojadiza. No se entiende por qué niega a algunos pocos lo que concede a miles de millones de seres humanos. Su arbitrariedad se asemeja a la del latifundista tradicional latinoamericano, prolongación del señor feudal: a este sí y al otro no. Y si no quiero, a ninguno. En Costa Rica un panel que contó con Eduardo Doryan, el hijo dilecto de la señora Olsen y Jacques Sagot (tres que todo lo saben), no logró dar una explicación de estos caprichos divinos. Por supuesto existe respuesta doctrinal fácil: para los seres humanos los designios de Dios constituyen un misterio. Las doctrinas de sus iglesias aceptan su enigma y lo tornan sacramento.

Pero este Dios enigmático no resulta obligatorio en las sociedades actuales. Se puede demostrar una intensa fe religiosa y no creer en Él ni registrarse en sus iglesias. Las personas todas son portadoras de libertad de culto. La divinidad, todas y cada una, son opciones personales e íntimas. Nadie está tratando de negar o matar a Dios. Pero Él, bajo sus formas institucionales, ‘reveladas’ o ‘naturales’, inevitablemente doctrinales y sectarias, no puede obligar tampoco a nadie que no lo tenga por tal y desee, en asuntos específicos, decidir por sí mismo. En las sociedades modernas lo único social y culturalmente vedado se llama delito. Lo que se discute en la opción por una fecundación asistida es si constituye un delito o no. Y quienes optan por alguna forma de fecundación asistida (cuya eficacia y seguridad pasa por la responsabilidad estatal) son ciudadanos/personas que se hacen responsables por su elección. Insistirles, como declara un satisfecho ‘vocero de La Iglesia’ en la adopción como “la única opción que fuera en una línea realista” resulta improcedente y falsamente autoritaria. La autoridad efectiva en este campo pasa por los ciudadanos y el Estado. Si el Estado declara delito la fecundación asistida, pues al ciudadano no le queda más remedio que delinquir o abandonar su territorio. Y con ello su jurisdicción. En otro espacio, ya verá lo que resuelve. Las doctrinas religiosas, incluyendo la de los arcanos dones divinos, no tienen competencia en este campo excepto para quienes las administran (el sacerdote Víquez no podría acogerse a fecundación asistida, por ejemplo) y quienes las hacen parte efectiva y radical de su existencia. Para otros es opción si la norma jurídica la establece o no la prohíbe.

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