Dr. Carlos Manuel Quirce Balma: el “hombre que descubrió el estrés”

Así −de esta manera tan grandiosa y elocuente− nombró Maharishi Mahesh Yogi, quien desarrolló la técnica de la Meditación Trascendental, al Dr. Carlos Ml.

Así −de esta manera tan grandiosa y elocuente− nombró Maharishi Mahesh Yogi, quien desarrolló la técnica de la Meditación Trascendental, al Dr. Carlos Ml. Quirce Balma, discípulo suyo quien introdujo dicha práctica meditativa a nuestro país e investigador de renombre mundial; pionero en el estudio del estrés y de sus consecuencias nefastas para la salud. Así, de esa forma estupenda y franca, el famoso gurú de los Beatles y otras celebridades durante los años 60, rescató y sintetizó en una sola frase una importante dimensión de la polifacética obra de vida de mi gran amigo y mentor, el Dr. Quirce Balma, quien partió hacia otras lateralidades del ser, hace ya un año.

El Dr. Quirce, cabe aclarar, no fue el primer científico en estudiar las respuestas biocomportamentales del estrés y sus efectos protectivos y dañinos (como parecería sugerir la denominación del Yogi). Su trascendencia reside en haber establecido la evidencia experimental para la teoría de las funciones macrocelulares no-homeostáticas; perturbaciones sostenidas en el funcionamiento neuroendocrino y de las aminas biogénicas, que son responsables de la propensión a la enfermedad y están en la base de las afecciones psicosomáticas. Por lo tanto, sus investigaciones fueron excepcionales en el sentido de que permitieron esclarecer los correlatos bioquímicos del estrés y los factores que desembocan en la consolidación de un síndrome de estrés relativamente permanente, el cual está unido al desarrollo de diversas enfermedades. Así, entre otras cosas, su adelantado énfasis en el peso que tienen las condiciones de incertidumbre e impredictibilidad crónicas en la nocividad del estrés, ciertamente lo hacen digno de la honrosa designación del Yogi.

En todo caso, Carlos Ml. Quirce fue, sin duda alguna, un ser humano excepcional. Un Espíritu libre, inquieto, crítico e incansable —de corazón sensible e inmensurable—, que me ennobleció y transformó para siempre al compartir conmigo su sincera amistad y su amplísimo conocimiento y sabiduría, durante los últimos años de su vida. Su vasta, multifacética y erudita obra, inspiran profundo respeto y admiración. Su calidez, honestidad, su sentido del humor e integridad, nos incitan a recordarlo con un cariño aún mayor.

Carlos Manuel era como un bosque tropical: diverso, exuberante, intenso, envolvente… Como psicólogo, filósofo, estresólogo y etnofarmacólogo destacado, pienso que el Dr. Quirce puede ser considerado uno de los más grandes académicos e intelectuales de Costa Rica: un prolífico investigador y escritor; sereno e imbatible en su compromiso ético con la humanidad, en su lucha contra la desigualdad y el pecado de la explotación. Carlos Ml. fue, indiscutiblemente, un legítimo humanista revolucionario y un científico apasionado. Un “loco genio”, que con su verbo y acción impecable y desapegada al fruto de la acción, impulsó grandemente el “advenimiento del hombre” en nuestro país y en la América Latina que tanto amó.

Ciertamente, son pocas las personas que logran mediante su obra de vida, mejorar los destinos planetarios y dejar al ser humano en un estado más avanzado de como se le encontró. El Dr. Quirce fue uno de esos maravillosos y raros individuos. Su hermoso y penetrante himno polifónico, compuesto majestuosa y amorosamente e inspirado en el quehacer intelectual, científico, filosófico y teológico de la más alta rigurosidad —así como en la práctica espiritual sistemática—, es un hecho revolucionante que, en última instancia, no aspira más que (en las palabras del mismo doctor) a “devolverle al hombre su dignidad cultural y su civilización histórica”. Es una narración épica y mítica de re-simbolización y transformación, que nos llama a retomar nuestro “lugar adecuado en el cosmos de la evolución”.

Es en honor al Dr. Quirce, en el primer aniversario de su muerte, que escribo estas líneas. Quiero concluir con unas frases del doctor, extraídas de su autobiografía, en las cuales nos invita a que recordemos las siguientes palabras de San Juan de la Cruz: “Ni buscaré las flores, ni temeré las fieras”, en el momento de hallarnos recorriendo el arduo camino hacia la afirmación de nuestra identidad y de nuestro destino como latinoamericanos, en búsqueda de una relación más horizontal en la comunicación con el resto del mundo: “Nuestro logro debe ser nuestro himno, nuestra acción debe ser nuestra revolución (…) Y en el final hemos de triunfar porque hemos mejorado la suerte de toda la humanidad, en lugar de demostrar que teníamos más músculo que nuestros opresores (…) No vamos a buscar la aprobación o el rechazo (…) Tampoco vamos a ser conmovidos por la aceptación sincera o aduladora ni deprimidos por el desprecio, la burla y el escarnio. No nos vamos a quedar quietos y ser encontrados. Vamos a forjar nuestro camino a través de la selva (…) Vamos a fabricar los medios (…)”.

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