Echar el mal al mar

En un extendido artículo, Ricardo-Hausmann, autor que ha sido de todo, suponemos que brillantemente, y que ahora labora en Harvard

En un extendido artículo, Ricardo-Hausmann, autor que ha sido de todo, suponemos que brillantemente, y que ahora labora en Harvard y preside alguna dependencia del Foro Económico Mundial, desea sostener que luchar contra la corrupción no terminará con la pobreza y que esto último demanda un ethos del “sentido compartido del ‘nosotros’, una comunidad imaginada en cuyo nombre actúa el Estado” (LN: 11, 08/15). Ideológicamente se trata en parte del hallazgo del agua tibia porque en el imaginario dominante de las sociedades modernas el Estado es el fundamento de la sociabilidad, la que se aplaude o pasa como agua limpia y también la que se castiga. Por supuesto se trata de una propuesta que no se cumple. Cualquier ciudadano, en prácticamente cualquier Estado del mundo actual, podrá reconocer, en su espacio de existencia cotidiana, el accionar de ciudadanos ‘por encima de toda sospecha’, o sea de actores que se brincan la legalidad estatal y no reciben castigo y resultan más bien admirados y aplaudidos. Donald Trump, por ejemplo, selecciona gentes xenofóbicamente y al mismo tiempo es vitoreado por muchos como pre-candidato presidencial republicano. Comportarse como racista no le quita encanto.

El asunto va y viene más allá y más acá de la necedad (por decir algo) electoral gringa. Su exvicepresidente (del último Bush), Dick Cheney, estima héroes a quienes torturan a favor de su bando: deberían ser “felicitados y condecorados”. El expresidente Bush Jr. hijo tiene una opinión parecida. Se advierte que el tema de Hausmann compromete no solo nacionalmente. Posee alcances geopolíticos o, si se desea, de comercio y guerra mundiales. La guerra es un tipo de comercio.

No hay que preocuparse, sin embargo. El propósito efectivo de las vagancias de Hausmann (nativo de Venezuela) es denunciar que las hijas del fallecido Hugo Chávez continúan ocupando la residencia presidencial dos años después de la muerte del padre. Esto tortura a Hausmann y por ello valora a estas féminas como ciudadanas “por encima de toda sospecha”.

La voluntad de ‘echar atados al mar” a los corruptos la atribuye Hausmann al papa Francisco. En este la referencia tiene sentido bíblico: quienes escandalicen a un niño deberían ser arrojados al mar con una piedra amarrada al cuello, escriben al menos Mateo y Lucas. Pero los ciudadanos modernos no son niños. Y arrojar individuos al mar para que se ahoguen probablemente los matará pero no apagará incendio (corrupción y venalidad públicas) alguno. La alusión evangélica además, tomada a la letra, hoy constituiría delito. Seguro Jesús quiso comunicar otra cosa.

Se advierte una distancia entre corrupción y venalidad. Tiene importancia. La corrupción torna disfuncionales las instituciones. Un funcionario público puede resultar corrupto por acción o por inercia y, en ambas situaciones, no obtener ventajas en dinero por su corrupción. Venal lo sería en cambio sólo si lucra material y personalmente aprovechando su cargo público.

Por esto la receta de Francisco/Haussmann (con sus diferencias) no funciona. Es el mar mismo el que arroja y se traga a los funcionarios públicos corruptos (por inercia o proactivos) y también a quienes no quieren serlo. El efecto siniestro se sigue de evitar compartir la opinión de Fukuyama, citado por Haussmann: el Estado sería uno de los “mayores logros de la civilización” si rinde cuentas y se rige por el derecho. De ello se seguiría “la creación de un sentido compartido ‘del nosotros’, una comunidad imaginaria en cuyo nombre actúa el Estado”. Lo de comunidad ‘imaginaria’ es efectivo si imaginaria remite a delusoria. En las sociedades modernas el Estado (de derecho) funciona mejor para algunos que para otros. Y, en situaciones de crisis, para unos pocos contra muchos. En estas condiciones, una ‘comunidad’ resulta delusoria.

Luego, es a quienes confían, sin resistencia ni distancia, en este Estado a quienes el mismo Estado lanza al mar. El Estado diría un anarquista es el mar, o sea el Mal. Sin embargo el juicio del anarquista remite solo a este Estado. Podría existir uno que no obligase a tomar clases de natación para malmorir o malvivir. En ese Estado nadie querría habitar para siempre una mansión presidencial.

 

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