La paradoja precisamente radica en lo siguiente: tenemos un marco teórico y estructurado con líneas claras que pretenden desarrollar una educación de calidad con un corte integral, y por el otro lado, tenemos un campo de acción cuyos principios y formación del educando no encajan muy bien con lo que se establece en lo previamente prescrito por las autoridades gubernamentales. Entonces: ¿Cómo presumir que existe una educación de calidad, cuando existe una clara contradicción entre el dicho y el hecho? ¿Cómo decir que estamos educando realmente cuando insertamos conocimiento en el “chip” de cerebros en formación, esperando como respuesta solo la mera reproducción de este? Y más enfáticamente: ¿Cómo calificar a la empresa educativa con rangos cualitativos tan altos, cuando a nuestros discentes no se les da ni la mínima oportunidad para pensar, criticar y proponer soluciones a diversos problemas generados, porque al hacer esto, se podría suscitar una amenaza a lo establecido y una “complicación”? ¿Cómo referirnos a nuestros elevados grados de escolaridad, cuando existen índices muy bajos de escolaridad axiológica y humana?
Es evidente que los tiempos han cambiado, aunque muchos ámbitos de la vida, en especial la educación formal, han sufrido un gran retroceso. Primero al escuchar estudiantes que manifiestan con melancolía, y peor aún, con profundo resentimiento y dolor, palabras nefastas e hirientes de docentes, que por una pregunta, marcan a los muchachos y muchachas con la huella de la ignorancia y subestima. Segundo, al enterarse de grupos de estudiantes que con burla y desprecio arremeten contra algunos (as) de sus semejantes cuando expresan una idea y ejecutan alguna acción, que desde su óptica, contribuye al avance de su proceso formativo, y que a pesar de ello, son relegados, incluso, por los mismos docentes cuando es nuestra responsabilidad, antes de educadores, de seres humanos, el valorar las posiciones de cada individuo y tomarlas como parte del crecimiento personal, educativo e integral. Tercero, el temor al cambio y el pánico al desordenar nuestro tan sistemático “statu quo”. Parece ser una blasfemia el permitir la diversidad de perspectivas, y más cuando los estudiantes adversan los postulados de un erudito (a), quien con tantos años de estudio y dedicación, ha obtenido sus tan apreciados títulos académicos-especialistas pero con una muy baja dosis de tolerancia y apertura al crecimiento y enriquecimiento profesional al no tener la capacidad de intercambiar conocimiento, y juntos, generar propuestas que produzcan una verdadera educación de calidad como el motor real de desarrollo de los pueblos.
Es menester cambiar la mentalidad existente en el ámbito educativo nacional, pero sobre todo, lograr una eterna reconciliación entre lo que estipulan los fines de la educación, las políticas educativas, los planes y programas de estudio y las acciones llevadas a cabo en los espacios escolares, puesto que sin hechos, estaríamos experimentando un caminar a medias y un reflejo de una fe que sin obras estará muerta.