Los ciudadanos tienen el derecho de opinar sobre las políticas estatales. El criterio o la deliberación política no debe ser de unos cuantos o de los mismos de siempre, sino: ¿De qué valdrían los principios de igualdad y libertad que sostienen la democracia? Es decir, de la democracia deliberativa. Es una gran necesidad de los Estados democráticos la deliberación y el asumir decisiones coherentes con los intereses y necesidades de la sociedad, que lleven a un progreso de la democracia.
El descontento por la democracia es un descontento por la falta de resultados. Una democracia que se estanca es una democracia que se malacostumbra a vivir con su enfermedad, por el mero descuido o la falta de interés en sus bases políticas. Se podría incluso decir, para no ser tan ingenuos, de que la falta de resultados conviene a algunos que hacen un indebido uso del poder político, y ciertamente es así, y lo seguirá siendo así, si no se da una respuesta de la ciudadanía, a modo de exigir a los que gobiernan, que fortalezcan las bases políticas de la democracia, pero que también la doten de nuevas ideas y se ejecuten.Pero a todo esto: ¿De qué nos sirve o resulta referirnos a la deliberación, al progreso, a las nuevas ideas, si en términos de educación la ciudadanía no avanza? Como señala Ernst Wolfgang BÖCKENFÖRDE, «el analfabetismo es enemigo de cualquier democracia y de cualquier desarrollo de la democracia. Si existe y se mantiene una situación de este tipo, los ciudadanos no tienen la posibilidad de ejercer de forma autónoma sus derechos político-democráticos, es decir, según un juicio propio y formado a partir de una información previa». Partimos entonces, de que se trata de un asunto de racionalidad de la democracia, la deliberación es racional y, no meramente procedimental. ¿De qué sirve el aporte de grupos u organizaciones no estatales o independientes, si al final de cuentas simplemente los gobernantes y administradores del Estado no toman en serio los aportes? Eso no es democracia.
Pues entonces, la educación es sumamente necesaria para sanear la democracia. Y en este sentido nos enfrentamos con otro problema: ¿Cómo progresa la educación: de manos del Estado, de los que tienen dinero, de los esfuerzos aislados de unos cuantos o de la mano de las élites? En este sentido, la democracia exige más del Estado y de los gobernantes, y esa exigencia debe ser fortalecida por los grupos u organizaciones independientes que participen de la deliberación.
Toda deliberación debe tener una sólida justificación racional, para ello, la educación como medio que justifica los fines de la democracia.