Uno comprende que el burro meta la pata una vez en algún hueco y que, la segunda vez, salte sobre el hoyo, aunque su jinete acabe en el suelo. Lo que uno no entiende, aunque tenga cierto grado de escolaridad, es cómo hay líderes que prenden fuego a Oriente y se quedan sin bomberos. Recuerdo a usted: Al Qaeda, como organización paramilitar y yihadista, en sus distintas ramificaciones, no tendría razón de ser si no fuera por el financiamiento y armas recibidas de Occidente. Hoy no hay dudas, por ejemplo, que bin Laden, máximo líder de esa organización, y Aymán al-Zawahirí, responsable de organización de esa milicia, fueron financiados y adiestrados por la CIA en su lucha contra las tropas soviéticas en Afganistán, justificando ello, acá y allá, en nombre de la libertad.
La invasión, saqueo y fragmentación de Irak a partir de 2003 por parte de la OTAN −EE.UU, Reino Unido, España, Polonia y Portugal−, preocupados, así lo justificaban, por el uso de armas químicas de Saddam Hussein, encuadró dentro de una versión mejorada de guerra fría, tan caliente como la anterior, pero que gira ahora en torno a derechos humanos y la democracia; términos que Occidente se esfuerza por hacerlos ambiguos. De esta manera, la llamada Primavera Árabe −nacida después del plan piloto aplicado a la antigua Yugoslavia−, se conceptualizó luego para que el gobierno de Siria, encabezado por Bashar al-Asad, apareciera como violador de los derechos humanos y enemigo de la democracia. Para ello utilizaron, en una primera fase de la guerra siria, a yihadistas del Estado islámico, presentados en las cadenas de TV como valientes patriotas. Una noche de estas un periodista liberado por los yihadistas en Siria, narró que él vio como sus miembros (del Estado Islámico) torturaban a presos, metiéndoles la cabeza en bolsas, o dándoles golpes de corriente en sus partes nobles, como hicieron oficiales de la CIA a sus retenidos en Irak, añadió. Pero esto, a la luz de lo dicho por uno de los Bush, “no eran torturas, sino medios de interrogatorio”.
La ventolera de la Primavera Árabe alcanzó al presidente ucraniano, Alexandr Turchinov, bajo la versión de “revolución naranja”. A pesar de que fue electo en las urnas en el 2009, lo derrocaron el 22 de febrero del 2014, por patriotas defensores de la democracia y los derechos humanos. Así afirmaron las cadenas de TV, que ahora revelan el fin del golpe de Estado: el ingreso de Ucrania a la OTAN.
Así, estas guerras no convencionales –mezcla de nueva cruzada religiosa, búsqueda de energéticos y rutas estratégicas−, desgarran las naciones, desestabilizan y destruyen Estados y amenazan seriamente la paz y la seguridad regional e internacional, con la defensa sui generis de la democracia y los derechos humanos.
Uno entiende que un mundo unipolar hoy es totalmente imposible con el surgimiento de nuevas economías, y entiende que la industria pesada de Occidente necesita de la guerra como el pez del agua, pero es incomprensible que estas guerras invoquen lo que destruyen. Uno no entiende, por ejemplo, los ríos de tinta sobre los cuales han navegado algunas de nuestras mejores plumas contra las revoluciones sandinista, cubana y bolivariana en Nicaragua, Cuba y Venezuela, respectivamente. No entienden que el mundo unipolar solo es posible en la mente de estos escribidores, cuando hay una China, Brasil, India o Suráfrica como protagonistas, gústenos o no. En América Latina solo siendo miope – digamos ciegos− pueden negar la visión diplomática o política de Cuba, Venezuela, Bolivia, Argentina o Nicaragua, aunque algunos la descalifiquen con que no pertenecen a la democracia y ni defienden los derechos humanos, que desbarataron a Yugoslavia, Checoslovaquía, Irak, Libia, etc. Traigo a acotación lo anterior, por las profundas implicaciones negativas que esta nueva guerra fría tiene en el periodismo. Para un sector del periodismo, la existencia de miles de niños en la localidad de San Antonio, Estados Unidos, recluidos en verdaderos campos de concentración, no es violatorio de los derechos humanos, son “detenciones temporales”. Empero, si este crimen contra los niños ocurriera en Venezuela, Cuba, Bolivia o Nicaragua, la presunta falta de respeto a los derechos humanos bien vale la pena intentar una invasión o una condena en la ONU. Lo que digo con el mayor respeto posible es: sí el vecino quiere engañarse, es su decisión, pero, ¿por qué quiere que yo acepte su ardid? ¡Por eso cada día quiero más a mis mascotas!