Una fiesta de cumpleaños colmó el vaso y la (ex)directora del Museo de Arte Costarricense (MAC), Florencia Urbina, presentó la renuncia. Acosada por diversos opositores, entre ellos algunos exdirectores del museo, le recriminaron por desvirtuar los objetivos del MAC al sustituir el guion permanente –exhibición de obras representativas del arte costarricense– por exposiciones temporales. Se le criticó, además, por ceder las instalaciones del museo a eventos de carácter comercial o de entretenimiento; también por la supuesta negligencia ante el adecuado resguardo de la colección alojada en un espacio sin condiciones propicias.
Las redes sociales y los corrillos del coqueto y punzocortante mundillo artístico destaparon sus cañerías para criticar, reír, señalar y rasgarse las vestiduras: ¡una fiesta de cumpleaños en el MAC! Ciertamente esos eventos, lejanos de la actividad propia de un museo, son punibles y objeto de justa crítica; en eso coincidimos con quienes han censurado los hechos hasta el cansancio.Sin embargo, pocas personas se detuvieron a reflexionar por qué el MAC se ve obligado a propiciar “actividades sociales” a cambio de donaciones. Es decir, por qué el Estado ha venido desfinanciando las instituciones culturales en un proceso que parece tener como objetivo que el “mundo de los negocios” avale la cultura nacional. En otras palabras, el Estado dimite de sus obligaciones ante la cultura y el patrimonio nacional, encomendándole la tarea a la iniciativa privada.
Cual cortina de humo, la fiesta de cumpleaños y la sonada renuncia hacen olvidar a muchos las serias denuncias que la señora Urbina presentó como Directora del MAC, cuya gestión fue respaldada por el propio Ministro de Cultura. Uno de los problemas “urgentes” es la ausencia del sistema de registro y catalogación. Según Urbina, en sus 34 años de existencia, el MAC ha logrado acopiar una colección de 6857 obras, pero con múltiples irregularidades en su inventario.
Por su parte, el curador del museo, José Miguel Rojas, detectó el faltante de cuatro pinturas de la colección: Llamas (1932), Vendedoras (1932) y Autorretrato con antepasados (1968), de Francisco Amighetti, y un boceto de la obra Trapiche, de Tomás Povedano. El MAC interpuso la denuncia por robo ante el Organismo de Investigación Judicial. Resta saber si hay más obras “perdidas”. Aparte, Urbina denunció un doble pago por 20 millones de colones a la empresa constructora responsable de la última remodelación. Según la denuncia, la empresa, además de incumplir el contrato, recibió un pago adelantado y no devolvió el dinero recibido dos veces. Por último, reveló cobros indebidos por concepto de prohibición de parte del exdirector y de la exsubdirectora del MAC. Las denuncias son graves, ameritan la atención no solo de autoridades judiciales, sino de los artistas y de la opinión pública en general.
Afloran una serie de interrogantes: 1. Si la fiesta de cumpleaños fue hace más de un año, ¿por qué hasta entonces se ventiló con un despliegue amplio de fotografías y caracteres? 2. Si la Junta Directiva del Museo conocía de la actividad, ¿por qué no lo notificó? (Debo decir que hay dos contratos: el que presenta la empresa Dolci, patrocinadora del evento, sin firmar; y el que posee la Junta Directiva, firmado, donde no se menciona la fiesta). 3. ¿Se conocía en anteriores administraciones la pérdida de obras de la colección? Si fue así, ¿por qué no se presentaron denuncias? 4. ¿Se realiza una investigación contundente para conocer el paradero de esas obras? 5. ¿Sabían de esa situación los miembros de la Junta Directiva? 6. ¿Se encuentra alguna de esas obras en colecciones privadas o en salones particulares? 7. ¿Hay suficiente voluntad en la actual administración para llegar a las últimas consecuencias?
La renuncia de la señora Urbina a la Dirección del MAC, más allá de dimes y diretes, arroja una serie de dudas u omisiones históricas en la administración del patrimonio artístico y en la gestión sociocultural de la actividad artística por parte del Estado. Estemos de acuerdo o no con el peculiar estilo de la señora Urbina, todo indica que el asunto es más profundo. Y que, como siempre en esta isla, la punta del iceberg sirve para la diversión, la chota y la serruchada de piso, no para la reflexión oportuna y el bisturí ciudadano necesario.