El debate ideológico y los negocios del Estado

El debate ideológico y político tradicionalmente se ha planteado en términos bipolares y antagónicos: ricos contra pobres, neoliberales

El debate ideológico y político tradicionalmente se ha planteado en términos bipolares y antagónicos: ricos contra pobres, neoliberales contra socialistas del siglo XXI, voraces contra desposeídos, malos contra buenos, creyentes contra no creyentes, depredador contra presa, o estas conmigo o estás contra mí. Sin negar la existencia de estas antípodas socioeconómicas injustas, este tipo de segregación clasificatoria de dos bandos antagónicos en pugna es errada, sesgada y de hecho, movida por intereses de grupo, a pesar que dice defender lo justo. La naturaleza humana y la historia de su evolución social muestran otro diseño. Las grandes compañías transnacionales, la acumulación insultante de capital, los grupos privilegiados, la depredación del planeta, el despilfarro, la desigualdad, la falta de oportunidades, la explotación del hombre por el hombre y la pobreza extrema son tonalidades de un mismo sistema, un mismo espectro; no son ejércitos en lucha uno contra otro: son un mismo conglomerado humano en el que se desplazan unos contra otros, con ganadores y perdedores, vertical y horizontalmente, unos ahora, los otros después; un mosaico fluido darwiniano. Históricamente, en términos del tipo de sociedad mercantil que se inició al final de la edad media, los otrora ganadores y poderosos son hoy perdedores y los otrora desposeídos, desplazados y desnutridos son hoy, muchas generaciones después, los dueños del capital.

En lugar de diagramar a la sociedad contemporánea en términos bipolares y colocarla en un tablero de ajedrez, podemos visualizarla como una escalera en la cual, cada grada significa un posicionamiento en la sociedad: en las gradas más altas, los más codiciosos y egoístas, pero también los más emprendedores y esforzados; y en las gradas más bajas, los más desventajados, los más pobres, los más impedidos de acceder a educación y oportunidades; pero también, claro, los más vagabundos, conformistas y antisociales.

En cada sociedad, la movilización social depende de cuántas gradas tenga oportunidad cada cual de ascender, según su legado histórico común, sus progresos humanísticos, sus valores comunitarios de justicia y las libertades que permitan realmente ganar a quien lucha, premien al justo y castiguen al sinvergüenza. En absolutamente todos los países del mundo, capitalistas o socialistas, ricos o pobres, en la cúspide de la escalera están los políticos profesionales y sus socios de turno, quienes se adueñan de los grandes negocios de la cosa pública, con frecuencia, en forma hereditaria; dependerá de su estrategia para perpetuar sus negocios, el fomentar que el país o su comunidad progresen, se genere capital, y, por ende, empleo y sus negocios se reproduzcan; o, acaparar y monopolizar los negocios y privilegios del Estado, conduciendo a que su comunidad se empobrezca; desde luego, entre esos políticos tenemos gente salida de todos los estratos, desde el más rico hasta el más pobre. De ahí, la irrealidad de la tesis de la lucha de clases, la dictadura del proletariado y de la supresión del Estado; no existe ningún ejemplo histórico que haya validado estas tesis; todas sus predicciones, amenazas y promesas terminaron encumbrando en el poder a grupos que se enriquecieron a costa de los demás, terminando en decepciones escandalosas.

Mientras más grande es la masa de seguidores de falsos líderes clientelistas, más se aleja esa masa de sus propias libertades, necesarias para ascender y prosperar; mientras repartan más puestos públicos, beneficios gremiales, pensiones o bonos para el “pueblo”, más fomentan el conformismo, el clientelismo, la vagabundería, la corrupción política y los descalabros financieros; finalmente, más pobreza; los salarios bajos y el desempleo se disparan en donde la clase gobernante y sus socios monopolizan los medios de producción, eliminan su competencia, soslayan la rendición de cuentas y desestimulan la empresa privada, que, nos guste o no, es la que genera empleo. Y el rico tiene que llegar a serlo por méritos propios, a base de esfuerzo y competencia, no de intrigas, destrucción del ambiente, evasión y contratos usureros con el Estado; muchos de estos ricos, por cierto, tan criticados y satanizados, son oportunistas políticos que escalaron posiciones desde las gradas inferiores, dejando atrás a todos sus defendidos.

Una sociedad será más justa, cuanto más pobres dejen de serlo; y la solución política de la pobreza empieza con generar más oportunidades educativas, de inclusión social, laborales, de productividad y del justo premio al esfuerzo; y se afianza con las libertades, la institucionalidad, la transparencia, el esfuerzo personal y grupal, la libre competencia, con sistemas de justicia real e independiente. Es necesario evitar el encantamiento de los supuestos líderes, tanto de izquierda como de derecha, tanto de la clase empresarial como los de extracción popular que dicen defender al pueblo con el fin de adueñarse de los negocios del Estado

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