Al llegar los europeos a América, contemplaron la relación pacífica y respetuosa de nuestros aborígenes con la naturaleza, pero la catalogaron como pagana, idealista y alejada de los mecanismos de la producción capitalista. Impusieron un régimen de explotación insostenible de los recursos naturales que se prolonga hasta nuestros días.
Sin embargo, ese acontecimiento a pesar de ser objeto de críticas y análisis de los historiadores, se sigue repitiendo. Aún hoy, con criterios descalificadores parecidos, se señala a aquellos que buscan proteger a nuestra Madre Tierra, como ignorantes, seres prehistóricos e incluso opositores del desarrollo.
El lodo rojo que devastó el oeste de Hungría, con consecuencias humanas y ecológicas impredecibles, me recuerda la historia bíblica cuando Dios, por medio de Moisés, convirtió el agua del Río Nilo en sangre, advirtiendo al faraón sobre las terribles consecuencias que tendría Egipto si no cedía ante el mandato divino de liberar a los hebreos de la esclavitud.
Ahora, estas mareas rojas parecen señalarnos que las consecuencias de una producción ilimitada e insostenible impactan no sólo la vida de unas cuantas especies animales y vegetales (que muchos desprecian), sino también la salud pública y ponen en riesgo el futuro de la humanidad.
En nuestro país, la mina Crucitas ha provocado gran controversia. Los grupos en favor del proyecto argumentan que realizarán un gran proyecto de reforestación que ampliará las áreas protegidas en Costa Rica, lo cual generaría desarrollo para la zona. Esto refleja una valoración de los recursos y del desarrollo a corto plazo y poco valor por la ecología. No se trata de sembrar árboles simplemente, se trata de sostenibilidad ambiental y de la vida de las futuras generaciones.
Lo que conforma una verdadera área protegida es su delicado equilibrio, en el que cada especie cumple un rol en el ecosistema; esa armonía no se puede comprar ni restablecer de un día para otro. Además, la fauna se vería perturbada por el ruido y la contaminación del aire y del agua, y el cianuro pondrá en riesgo esa vida que se “pretende” preservar y pondría en evidencia el espejismo del desarrollo.
Otro argumento es el del desarrollo económico que llevaría a la zona. El turismo ecológico se ha implementado en diversas regiones del país y se han observado excelentes resultados. Además, ha contribuido no sólo con el aumento de los ingresos de la región, sino también ha redundado en una mayor conciencia ecológica y en una mejor organización empresarial y comunitaria.
La contaminación del río Aguacaliente, la destrucción del paisaje y la ausencia de un desarrollo económico, son herencias que tiene Costa Rica de la actividad minera en Abangares y las zonas aledañas. No matemos el tigre esta vez para no tenerle miedo al cuero después. Protejamos nuestros bosques, mantos acuíferos y biodiversidad.
«Es de necios confundir valor y precio», escribió alguna vez Antonio Machado. Espero que no seamos esos necios.