Creo, sinceramente, que nos estamos ahogando en un vaso de agua: para nadie es un secreto que en lo correspondiente a la formación pedagógica, lo fundamental es la calidad y no la cantidad.
Tener que impartir doscientos días de lecciones, porque así lo dispone un determinado convenio centroamericano, me parece un absurdo: es meternos en una camisa de fuerza.
Sería muy aleccionador que nos dieran los datos del resto de países de América Central donde se cumplen los doscientos días, sobre tasas de promoción en primaria y secundaria; tasas de deserción en los distintos ciclos y en el nivel de Bachillerato, además de los porcentajes de promoción en los centros educativos de carácter vocacional, agropecuario, artístico, nocturnos, y las escuelas primarias unidocentes.
Si el Convenio en mención tiene mucho tiempo de existir, quisiera conocer indicadores de nivel de desarrollo humano acerca de que la puesta en práctica de un calendario escolar de doscientos días, ha permitido que los niños de esos países hayan dejado de ser niños y adolescentes de la calle, y que haya bajado la tasa de madres adolescentes solteras.
Cualquier persona que conozca los datos macro y microeconómicos de la región centroamericana, sabe perfectamente de la puesta en práctica de medidas neoliberales; esto es: reducción del gasto público, políticas de movilidad laboral, aumento considerable del sector informal de la economía, disminución de presupuestos en materia social. Todo lo anterior de una u otra manera socava la calidad de la enseñanza.Eventualmente, se podría estar de acuerdo con un calendario escolar de doscientos días, si se dieran las condiciones óptimas para impartir la enseñaza; vale decir: recursos humanos altamente calificados; espacios físicos adecuados; grupos con no más de treinta estudiantes; laboratorios de idiomas debidamente instalados; laboratorios para otras disciplinas como física, química, biología, botánica, zoología; edificios con una infraestructura acorde con el quehacer pedagógico, que permita trabajar con toda la creatividad que poseen tanto el educador como el educando.
En el torbellino de esta polémica, me pregunto: ¿Necesitaron doscientos días de clases tanto en preescolar, primaria, enseñanza media, ilustres ciudadanos centroamericanos para elevar la cultura de nuestro medio? Me refiero a los guatemaltecos Miguel Angel Asturias, Augusto Monterroso, Otto René Castillo; los salvadoreños Carlos Salarrué, Manlio Argueta, Guillermo Ungo; los nicaragüenses Gioconda Belli, Ernesto Cardenal, Daysi Zamora, Sergio Ramírez; los hondureños Jorge Arturo Reina, Francisco Morazán; los costarricenses Omar Dengo, Joaquín García Monge, Carmen Lyra, Carmen Naranjo, Ricardo Moreno Cañas, Emma Gamboa. Simple y sencillamente, estoy convencido de que no.
Creo que es mejor trabajar ciento setenta y cuatro días pero de calidad, y gastar los recursos económicos en mejorar el salario a los profesionales de la educación; compra de material didáctico; capacitación permanente al sector docente; desarrollo de la infraestructura de los centros educativos, de modo que dé gusto estudiar, que se estimule el espíritu creativo y solaz esparcimiento; asimismo, ser rigurosos en el personal que se contrata; eliminar la vulgar politiquería de que en un cantón o región determinado quien hace la lista de nombramientos es la esposa del diputado y no estrictamente las Direcciones Regionales, como debe ser.
Si hacemos esto, que no es nada del otro mundo, estaremos contribuyendo a crear un Proyecto Patriótico, el cual vendría a ampliar y fortalecer el régimen democrático costarricense.