Los aspectos más trascendentales de la próxima campaña electoral para la rectoría en la Universidad de Costa Rica tienen que ver con la defensa y profundización del carácter autónomo, humanista, democrático, de alto contenido científico; así como abierto al cultivo de todas las manifestaciones del arte y la cultura, crítico y creativo frente a la realidad que es objeto de estudio de las distintas disciplinas que conforman nuestra Universidad; tienen que ver también con una institución profundamente comprometida con el desarrollo democrático e incluyente y estrechamente interconectada con instituciones de educación superior de similares características en Costa Rica y en la región centroamericana, tanto como, en el subcontinente latinoamericano y en el resto del mundo.
La universidad pública atraviesa por un momento histórico particularmente complejo, principalmente amenazada por un acelerado proceso de mercantilización de la sociedad, así como por la codicia y el afán instrumentalizador de los poderes públicos. Para continuar cumpliendo con las tareas propias de su carácter y a la vez renovarse, dándole paso a nuevas generaciones de relevo, se requiere de un liderazgo académico, de una gran envergadura moral e intelectual, científica y humanista, y de una extraordinaria trayectoria institucional.
Este nuevo liderazgo académico debe tener probadas capacidades de trabajo en equipo, de manera que se multiplique su eficacia y se consolide el espíritu de cuerpo en la ejecución de las políticas universitarias. Una nueva manera de dirigir nuestra institución debe saber ser sensible y firme en la defensa de los principios que definen la esencia de nuestro ser universitario, y a la vez flexible y con capacidad de negociación con los distintos sectores que componemos la Universidad de Costa Rica y fuera de ella.
Es de gran importancia para la comunidad universitaria, frente a la campaña electoral que se avecina, escoger un liderazgo que sea capaz de estimular la participación amplia en la gestión universitaria, a fin de potenciar las virtudes administrativas que nos permitan mejorar constantemente nuestro quehacer académico. Un liderazgo que tenga capacidad de conducción por su estilo sereno, persuasivo y convincente; que tenga capacidad de escucha, de interlocución y de diálogo; un liderazgo que sea transparente en su quehacer, que sea autocrítico y que sea capaz de mantener siempre el más estrecho contacto con todos los sectores que formamos parte de la institución.
Es necesario que quien aspira hoy a ejercer la rectoría de nuestra universidad se destaque entre el sector académico por su sólida formación intelectual, por su vocación humanista y por su calidad humana, de manera que sea un digno representante de toda la comunidad universitaria. Es fundamental que sepamos elegir siempre a la persona que encarne más integralmente el espíritu universitario, que sea capaz de diferenciar entre administración y gobierno, entre jefatura y liderazgo genuino.
Se requiere de un nuevo liderazgo, que sepa enfrentar y erradicar de la universidad la manipulación y el clientelismo, sobre la base de claros principios de contratación, de promoción del personal y de distribución de los recursos. Un liderazgo que estimule el espíritu emprendedor de la mano del más alto sentido ético y de solidaridad, así como la creación de las condiciones para consolidar un régimen de incentivos materiales y morales, en donde no tengan cabida el individualismo, el afán de lucro, ni el mercantilismo; un liderazgo con visión de futuro, que sepa continuar inspirando en la comunidad universitaria los valores de la ciencia y el bien, que fueron la simiente en la que se incubó nuestra alma máter.