Mientras Darwin se reconoce en su búsqueda del origen de las especies, René Girard no cesa en el intento por mostrar los orígenes de la cultura. Este historiador y filósofo nacido en Francia, realizó toda su vida académica, incluso su formación, en Estados Unidos.
Propone Girard el “mecanismo mimético” como origen de la cultura.
El deseo mimético no consciente, comprende al sujeto que desea un objeto que a su vez es deseado por otro a quien el sujeto toma por modelo. Sujeto y modelo se imitan mutuamente construyendo una escalada de simetría entre sí, la cual, por el exceso de reciprocidad, alcanza la rivalidad y el conflicto. Esto llega al punto de perder de vista la búsqueda del objeto deseado, cuyo interés se desplaza hacia la dinámica de los dobles, es decir, a la dinámica de indiferenciación entre el sujeto y su modelo, con lo cual el deseo mimético es también una crisis de indiferenciación.
Ya no interesa el objeto deseado, sino la rivalidad en sí, la cual suele extenderse hacia toda la comunidad. Una idea de máximo interés es que la rivalidad suele acarrear el sacrificio, esa ofrenda a otro que señala homenaje o expiación.
En los relatos de fundación de innumerables culturas el sacrificio marca una diferenciación que suele favorecer a los dioses. La psicología social de las organizaciones, la micro-sociología, la socio-psicología de los grupos, la antropología de las instituciones, descubren en estas a personas poderosas, a semidioses/as liados con el ejercicio ventajoso del poder y a quienes el sacrificio alcanza como homenaje o expiación, como servilismo o marginalidad, en todo caso como semidioses o semidiosas quienes reciben los favores que resultan de las intenciones anti-comunitarias y anti-institucionales del mecanismo mimético.
Para Girard pensando en la cultura, el sujeto del sacrificio es un chivo expiatorio que condensa la cólera, el enojo colectivo, es una víctima comunitaria señalada como la causa del desorden, quien provoca perder el deseo de búsqueda del objeto, de caer en la dinámica de los dobles, de múltiples dobles. La víctima aislada y masacrada no es más culpable que otras personas que pertenecen a la comunidad, aunque esta no lo comprende y no lo acepta, por lo cual eliminar a la víctima suele concluir con la crisis mimética. La comunidad se reconcilia por haber encontrado un enemigo común.
Claro está, preferimos que nuestra comunidad institucional evite transitar por los significados destructivos, de una cultura universitaria labrada día a día, con grandes esfuerzos colectivos. Sin embargo, negar la funcionalidad del mecanismo mimético en nuestra institución constituiría un auto-engaño. Al contrario, identificar y reconocer su grado de operatividad y de eficacia, desde los más pequeños grupos de investigación, hasta los grupos superiores dónde acaecen los desafíos de decisiones complejas, permitirá oponer a la dinámica del mecanismo mimético destructivo, la posibilidad de alcanzar la excelencia académica, tanto científica como docente y en acción social. En lugar del fetichismo del poder y de visiones totalizadoras pretendidamente únicas, nuestro horizonte puede ser la cooperación y el diálogo, regidos no por el argumento de la fuerza real o simbólica, sino por la fuerza del mejor argumento.