El mejor embajador posible

La designación sobrepasa la importancia de estos procesos,  en razón de las dimensiones humanas, políticas, intelectuales del designado, quien no solamente honra a su

El gobierno salvadoreño de Mauricio Funes acaba de nombrar su nuevo embajador en Costa Rica.

La designación sobrepasa la importancia de estos procesos,  en razón de las dimensiones humanas, políticas, intelectuales del designado, quien no solamente honra a su gobierno –al ser honrado con el cargo diplomático– sino que aporta una idea de la pureza, dignidad y transparencia con que asume el Presidente Funes su labor de gobernante.

Usualmente concedidos como premios a amigazos, parientes, chupamedias, financistas o pegabanderas de la campaña, estos nombramientos no trascienden la presentación de credenciales, pero en este caso el gobernante Funes y su canciller Hugo Martínez han escogido para que represente a El Salvador al economista, editor y combatiente de una vida, Sebastián Vaquerano López.

Aunque apenas se ha dado el beneplácito, la noticia ya la celebran en las dos capitales centroamericanas, pues Vaquerano es un centroamericanista de mucho prestigio en ambos países.

Graduado en Economía y en Educación, ha pasado la mitad de su vida en el exilio, y esta designación viene a reconocer sus 50 años de lucha inclaudicable por la liberación de su patria y el establecimiento de la democracia en muchas otras naciones del continente.

Hijo de la guerra, cargaba en su nacimiento campesino la matanza del dictador Martínez y más tarde tuvo que enfrentar los eslabones de sangre que impusieron al pequeño país los forcejeos de la guerra fría.

Desde sus primeros pasos como dirigente estudiantil en la AGEUS,  Vaquerano tuvo que beber la hiel de la cárcel, la tortura y el exilio. En su inicial escape de la muerte, fue compañero de sueños y poemas de Roque Dalton, en Chile, y tiempo después se convirtió en el heredero ético del legendario comandante de las FPL, Cayetano Carpio.

Instalado finalmente en Costa Rica a partir de 1974, apoyó desde aquí todas las causas nobles de su tierra, se convirtió en un editor de prestigio y  proyectó la cultura costarricense e istmeña hasta los más altos tirajes y las más bellas colecciones, ya en la fenecida EDUCA  o bien en su propia Editorial Legado.

No conforme con imprimir los más meritorios autores ticos y centroamericanos, abarcó horizontes trasatlánticos y, en 1995, llevó a Europa una gran muestra cultural que incluyó pintura, escultura, música, cine, literatura y otras artes de la región, de gran éxito en Bruselas.

Se compenetró tanto con la vida costarricense que no solo procreó a sus tres hijos acá, sino que era también el embajador no oficial de su patria y supo darse un lugar de gran respeto en los círculos políticos y culturales, donde usualmente se le consulta.

Sus virtudes de inteligencia, desprendimiento, humildad y sabiduría le ganaron el cariño de miles de costarricenses y como siempre estuvo atento a lo que pasaba en su tierra cuscatleca,  idéntico entusiasmo despertaba por allá. Así, no es extraño que en ambos países se reciba con gran alegría la noticia de su nombramiento y todo el mundo puede suponer que su gran labor por acercar las pequeñas tierras de esta cinturita del mundo, se verá ahora engrandecida con las facilidades que la embajada suministra.

Cuando Vaquerano estaba entre las multitudes de San Salvador aplaudiendo la toma de posesión  de Funes,  en junio pasado, un viejo amigo de luchas le comentó al oído que nunca creyó que estaría vivo para ver a un Presidente asumir el mando sin baño de sangre.

Al ratificarlo Vaquerano, el  viejo luchador le dijo:
–“ Yo creí que habíamos nacido para llevar verga toda la vida”.
Las trompetas resonaron, Funes se cuadró la banda presidencial, la gente gritaba,  los dos viejos amigos de guerra dejaron que sus lágrimas corrieran con libertad y el Pulgarcito de América tenía nuevo Presidente.

Hoy, con el mejor embajador posible en San José, las trompetas de la esperanza y de la justicia vuelven a resonar también.

 

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