Durante las últimas semanas hemos presenciado el surgimiento de un movimiento masivo de jóvenes (y no tan jóvenes) que inició en España, pero que se ha extendido a otros países de Europa, y cuya característica común es su repudio de la democracia representativa y su reivindicación de un cambio hacia lo que ellos llaman “Democracia Real”.
Como reacción frente al desinterés por los temas políticos, algo que hasta hace poco tiempo parecía ser la característica dominante entre los jóvenes del Viejo Continente, el movimiento de los llamados “indignados” indudablemente es positivo porque promueve la polémica y la discusión de ideas, una condición fundamental para la existencia de cualquier régimen que se considere democrático.
Sin embargo, quiero señalar algunos aspectos que, en mi opinión, han sido invisibilizados o minimizados por la mayoría de los autores que se han referido al tema.En primer lugar, es claro que las protestas en España no son comparables a las revueltas que han estallado en muchos países del Medio Oriente. Mientras que en todos estos países existían, y existen aún, dictaduras y regímenes autoritarios que violan los derechos humanos fundamentales y restringen las libertades individuales y de asociación (basta con ver las imágenes de las cámaras de tortura que se han descubierto en Libia y en Egipto para darnos una idea de lo que eso significa), en España, nos guste o no, desde hace más de 30 años existe un régimen democrático representativo y un Estado de derecho que garantiza la protección de estos derechos. Esto significa, entre otras cosas, que las reivindicaciones y los objetivos de estos grupos no pueden ser los mismos en uno y otro caso.
En segundo lugar, es primordial definir qué se entiende por “Democracia Real”. Aunque es innegable que la democracia representativa no es perfecta y posee muchas limitaciones, las cuales se hacen aún más evidentes en épocas de “vacas flacas” y de crisis económica como la que actualmente atraviesan algunos países de la Unión Europea, es precisamente en épocas de crisis cuando debemos de ser más cautelosos a la hora de formular recetas “mágicas” para solucionar problemas tan complejos como el desempleo. Así, por ejemplo, una mayor intervención del Estado en la economía o un aumento desproporcional de salarios en las actuales condiciones, no sólo no resolvería los problemas económicos de España sino que incluso podría agravarlos.
Ahora bien, si por “Democracia Real” entendemos una mayor participación de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas, una reivindicación totalmente legítima, habría que definir los mecanismos mediante los cuales se implementaría y se pondría en práctica esta propuesta.
Por último, no olvidemos que hasta hace menos de 40 años en España todavía existía una brutal dictadura de derecha y que la mayor parte de su población vivía en la miseria y la ignorancia, algo que contrasta enormemente con la sociedad moderna y progresista que existe hoy en ese país. Pero esto no fue algo casual; en gran parte fue alcanzado gracias a la madurez política y a la capacidad de diálogo y de concertación que mostró la dirigencia de la izquierda española durante la época de la transición. La moraleja es clara: las democracias se construyen con diálogo y discusión de ideas, no con posturas dogmáticas e intransigentes.