El obrero inconforme

La aversión por el trabajo en ciertos sujetos es normal, pero llega a veces a extremos inconcebibles, como es el caso de un joven

La aversión por el trabajo en ciertos sujetos es normal, pero llega a veces a extremos inconcebibles, como es el caso de un joven que pide en un semáforo, al sol o a la lluvia, torciendo sus piernas al caminar de manera acongojante y dramática como desearía hacerlo un buen contorsionista; y cada día, bien entrada la noche, esconde su muleta con sigilo y echa a correr para tomar el último bus hacia su casa.

Todo ese gran esfuerzo y ese fraude con tal de no trabajar, solo le pueden dar la satisfacción de que lo que hace, lo hace por él y su familia y por nadie más. En parte, sin perjuicio del trasfondo moral, tiene sentido; despliega sus habilidades sin trabajar para otros, lo que nunca es agradable, a menos que la retribución sea suficientemente generosa y justa, lo que a nivel de los obreros menos especializados, que son mayoría, casi nunca se da.

Benjamín Franklin hace muchos años, y hace unos días, el hombre más rico del mundo, sugirieron reducir la semana laboral a la mitad de la jornada actual. ¡Claro! Desde esas alturas se pueden decir muchas cosas que serán siempre noticia, aunque para algunos no sean más que ocurrencias.

Pero ciertamente, el exceso de trabajo que no sea en beneficio propio, o de paga estimulante, siempre será repugnante y, por lo general, si es sucio (que ensucia las manos y el vestido, no la conciencia) llega a ser denigrante.

Actualmente la jornada semanal de 40 horas o menos vale solo para burócratas o para aquellos trabajos más especializados, hasta los profesionales, cuya concentración exige descanso prolongado, o de lo contrario se dice que bajará el rendimiento. Pero ¿de qué viviría el obrero de salario mínimo cotizado por hora trabajando jornadas de  20 horas semanales?

Pensemos solamente en el obrero industrial raso contratado por  la  gran empresa, cuyas políticas, carentes de visión social, persiguen producir el máximo, al menor costo posible y a expensas, de todos modos, de conjuntos marginados y explotados, que regalan su trabajo colocados por debajo de variables y mercados. Allí vemos que la jornada diaria se aumenta abusivamente y sin justa retribución, a vista y paciencia de las autoridades laborales. Y en épocas críticas como la que vivimos, donde vemos recortes a diario, huída de empresas, cargas sociales, servicios e insumos por las nubes; el obrero lleva la peor parte tratando de sostenerse en su puesto, a pesar de las políticas de «austeridad» empresarial que comienzan siempre por  la reducción de personal, aumento de  jornadas y congelamiento de salarios mínimos.

Al final, la gran empresa, con sus medidas de compensación a las crisis, probablemente siga flotando y llegue a buen puerto; pero arrastra una gran inconformidad en su fuerza laboral, fuerza que al fin y al cabo es la causa de su existencia. Porque sin obrero no hay empresa, pero no a la inversa; aquel subsiste sin ésta, por más que el capital piense lo contrario.

A un mediano empresario hace muchos años en San José, se le ocurrió darle un porcentaje importante de sus ganancias a cada obrero, y su empresa floreció como ninguna. Fueron admirables, aparte de las compensaciones económicas, las ventajas de que gozaban sus empleados. Pero las ganancias de la empresa aumentaron en forma desmedida y proporcionalmente a la conformidad de sus empleados por sus inmejorables y ventajosas condiciones.

Ese empresario, con mucha experiencia y años de observación, constató que la mejor forma de combatir la inconformidad, manifestada en desidia, vagabundería, ausentismo, mala actitud, “enfermedad”,  chorizo, sabotaje y hurto de ciertos obreros que, dicho sea de paso, son siempre minoría, excepto en la burocracia estatal, es, de seguro, repartiendo entre ellos un porcentaje generoso de las ganancias. Dejarán  su inconformidad y la “muleta fraudulenta” guardada en su casa y correrán (como socios) a trabajar a «su» empresa, de sol a sol si fuera necesario. Y, por su parte, los buenos obreros, con ese plus salarial ¡significante eso sí! y que provenga de las ganancias de la empresa, es decir, de su propio esfuerzo, serán muy felices. ¡Es lógico, se trabaja para ganar! Después de todo, ¿para qué quieren los grandes empresarios  tantísimo dinero, si la causa de sus ganancias se basa en un obrero inconforme?

 

Desestímulo al trabajo,

Juventud abandonada,

Y ganas de no hacer nada;

Resultan de esos salarios

Humillantes y precarios

De injusticia organizada.

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