A través de los tiempos se ha dado en nuestro país una situación sin sentido, contraria a la justicia, y es nuestro reclamo a otros por los quinientos años de explotación de nuestras tierras: según nuestro decir.
Desde mi óptica veo claro que, nosotros o la inmensa mayoría, somos de los mismos que llegaron a este continente en tiempos de la conquista. Somos de los mismos a los que señalamos como los abusadores que vinieron de Europa hace más 500 años. Simplemente, muchos regresaron y otros se quedaron: nuestros antepasados; y por consiguiente, aquí estamos nosotros.
Sin embargo, muchas veces nos ha dado por lamentarnos y llorar, por derramar lágrimas de cocodrilo al alegar que los españoles «nos» explotaron en tiempos de la Conquista; y decimos que nos arrebataron el oro pero… yo pregunto: ¿a nosotros?
Los humillados, desterrados y explotados fueron los indefensos indígenas o aborígenes, legítimos propietarios de ésta, que llamamos nuestra tierra. Mismos que aquí vivían hace 500 años y mucho más de 1000. A nosotros, a la inmensa mayoría de ticas y ticos, a los llamados “blancos”, no hay quién nos deba algo al respecto, somos nosotros quienes les debemos a los aborígenes, tanto la cuenta pendiente de nuestros parientes lejanos como la que seguimos acumulando por nuestra cuenta.
Si analizamos justamente, nosotros hemos continuado, sin el mínimo remordimiento, con la labor que iniciaron aquellos antepasados nuestros que llegaron con don Cristóbal.
Ahora, qué da rabia que algunos que no se han quedado mucho se han llevado, da rabia, tal vez pero… es que, lamentablemente, los que se han quedado y los que continuamos hemos formado una sociedad un tanto floja y perezosa. Aquí, en “nuestras” tierras, veneramos las leyes del menor esfuerzo y del port’ami. Por ello, primero, hay algunos vienen y se van o se quedan solo por negocio y nos pasan por encima; segundo: somos muy llorones, porque es mucho lo que hemos heredado (ajeno, dijimos…) y tenido entre manos. Pero, como no hemos sido de empuje, eficientes y eficaces, y somos individualistas y por lo tanto egoístas, como quien dice: ¡la fregamos! No hemos sabido qué o cómo hacer con lo recibido; o lo hemos sabido pero, qué cansado y… ¡que idiosincrasia heredamos! Lo deberíamos tener claro; ¡salvo que seamos de palo!
Alguien me dijo que malquería a los españoles por “lo que nos hicieron” durante la conquista…
Pregunté -una vez más-: ¿a nosotros? Y agregué: ¿y qué hacemos nosotros de nuevo y bueno? ¿Los indígenas, dónde y en qué condiciones están viviendo? ¿Los integramos a nuestra sociedad, como Dios manda, según lo que predicamos? ¿Los recompensamos por lo que les hicieron y les quitaron aquellos a quienes señalamos como los terribles europeos que asolaron estas tierras? ¿O continuamos con la misma actitud de nuestros parientes lejanos? ¿Hacemos algo para borrar esa deuda ante Dios y ante las nuevas generaciones?
Nosotros somos de los mismos a los que señalamos, ¡y peor aún!: han pasado más de 500 años y en lugar de recapacitar, arrepentirnos y ser justos, nos sentimos libres de deuda y de responsabilidad; y hasta volvemos a la infancia y decimos: ¡yo no fui, fue teté!
¡Cómo no somos de los primeros que desembarcaron, no vemos en nuestro entorno el pecado y no sacamos cuentas sobre qué hacemos o no hacemos con los indígenas! O nos hicimos los desmemoriados porque “nos embarcaron” y no supimos como manejarnos… O vimos muy favorable la situación, pese a nuestro credo.
Pidámosle a Dios para que reaccionemos y realmente les tendamos las manos a nuestros… ¿hermanos indígenas?
Demostremos a ellos y a nuestros hijos que algo bueno tenemos entre pecho y espalda: corazón. ¡Y en la cabeza conciencia! Compartamos con los indígenas, los legítimos conquistados, lo mucho o lo poco que hacemos y hagamos.
No deberíamos tener cara ni dedo con qué señalar… pues descendemos de esos mismos a quienes señalamos, insisto, y además, continuamos todos siendo partícipes, ¡de una u otra forma!, del maltrato y del abuso hacia los indígenas de parte de los conquistadores que vinieron del otro lado del mundo.
Y si por nuestras venas corre determinado porcentaje de sangre aborigen… ¡con mayor razón rectifiquemos!