En un programa reciente de “Oppenheimer presenta”, en CNN en español, se abordó el tema: “El Papa: ¿crítico del capitalismo?” En el resumen final, su conductor destacó, retomando ideas del profesor Ricardo Hausmann de la Universidad de Harvard, que el problema principal de América Latina no es la explotación sino la exclusión. Que los pobres no están en las fábricas donde se genera empleo y se garantizan derechos, sino en la economía informal y entre los excluidos. De esta manera, no se requiere menos sino más capitalismo. Concluye, además, que el Papa es crítico del capitalismo pero no es anticapitalista.
La defensa a ultranza del capitalismo es un dogma para quienes adhieren a la religión del mercado. Sin embargo, tanto la explotación como la exclusión son las dos caras de un orden global dominante signado por una lógica excluyente en lo económico y social, neocolonialista en lo financiero-comercial y devastador en lo ecológico. Y sobre estos aspectos, el Papa ha hecho planteamientos críticos contundentes.
Por eso, el aporte más significativo que viene haciendo el Papa Francisco es ponernos a mirar en la dirección de un nuevo orden global. Para ello, sugiere ir más allá de las ideologías y sistemas concebidos como “infalibles”. Y en esta dirección, ha empezado a predicar con el ejemplo, como debe ser, limpiando la casa de los vicios propios del “poder” -el “demonio” más difícil de exorcizar, como decía el teólogo Richard Shaull-. Y, desde ahí, con autoridad moral y con inteligencia teológica y pastoral, está convocando a la solidaridad efectiva con los pobres y excluidos, al diálogo para superar los conflictos y a revertir el comportamiento depredador de un “consumismo inmoral”.
Podría decirse, entonces, que, manteniendo su perfil crítico, su perspectiva es más bien proactiva; de carácter humanista y personalista, propia de la Doctrina Social de La Iglesia. Eso sí, ahora con un aditamento fundamental: la búsqueda de la “salvación” de la tierra, para preservar la vida en el planeta. De esta manera, recoge el legado de los pueblos originarios de América en la defensa de los “derechos de la naturaleza”, así como su desafío ético-humanista contenido en el principio del “buen vivir”.
Su apuesta, por lo tanto, no es ideológica, en el sentido racionalista o doctrinario, sino por nuevas y mejores ideas que contribuyan a impulsar y cultivar una sensibilidad más generosa para encarar el drama de la pobreza, la guerra y el cambio climático. Apela a potenciar la bondad humana, para proyectar una convivencia planetaria alternativa, donde prive la solidaridad afectiva entre los seres humanos y con la naturaleza, la justicia, la equidad y la paz entre los pueblos. Sin duda, una apuesta oportuna, valiente y esperanzadora.
Sin embargo, hay temas relativos a libertades y derechos humanos fundamentales, especialmente en materia de diversidad sexual, matrimonio entre parejas del mismo sexo, fertilización in vitro, la mujer en la iglesia, entre otros, que requieren mejores abordajes, para avanzar en la valiosa propuesta de un nuevo orden global, retomada e impulsada por el Papa Francisco.
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