El país del vacilón

Al período vacacional de la mayoría de los trabajadores en el fin de año y las fiestas taurinas en Zapote, se agregan las ya

Si se computa de forma certera el calendario anual de trabajo de los ticos, nos llevaríamos la triste noticia que de los 365 días que componen esa jornada de esfuerzo habría que restarle al menos dos semanas de enero, desperdicio consuetudinario por los festejos programados cada principio de año en ciertas localidades rurales.

Al período vacacional de la mayoría de los trabajadores en el fin de año y las fiestas taurinas en Zapote, se agregan las ya consabidas de inicio de año en Palmares y Santa Cruz, que emborrachan de ocio a miles de personas que hacen hasta lo imposible por estar presentes en estos festines, que terminan sangrando los escuálidos ingresos de los costarricenses e interrumpen de manera antojadiza el devenir de los retos nacionales en el nuevo año.

 

Y es que de manera casuística y calculada, los organizadores de estos festejos, incluidos los personeros de Gobierno y medios de comunicación con sus estrategias de divulgación, se hacen una amalgama para distraer la atención de los costarricenses sobre los serias tareas  a cumplir en el año que comienza, con tal de satisfacer el baile de los millones para las arcas locales de esos cantones y las de sus propios intereses.

Se llega al colmo de dedicar estos eventos a quienes dirigen los canales de televisión principales o a quienes financian los eventos con tal de asegurarse su patrocinio y promoción de actividades, así como la cobertura de estos, como si se tratara de la más importante noticia para quienes encienden el televisor para enterarse de la agenda de problemas nacionales.

Por otro lado, el Rey Baco –disimulado en el entorno fiestero con el timo del chofer designado- se enseñorea durante los días de alocada fiesta, bajo el resguardo de una Fuerza Pública y oficiales de Tránsito, que lejos de estar cuidando ciudades y barrios de todo el país y controlando carreteras, se ven obligados a trasladar  un enorme contingente de funcionarios para que el espectáculo no se desborde, como si no fuera responsabilidad de los organizadores contratar empresas privadas de seguridad para el orden interno de los festejos.

Ya es hora que las autoridades de Gobierno paren esta irresponsable programación de festejos que deja al país un mes en la vagancia y con gasto excesivo de recursos económicos y humanos para seguir consintiendo el lucrativo negocio que representa para sus organizadores, montar estas bacanales en el primer mes del año.

Pero ahí no termina la cosa. No puede ser que este país se sumerja en un ciclo de conciertos musicales anuales, con una inversión multimillonaria como si la economía del país estuviera en el nivel de nación de ingreso per cápita desarrollado. Empresarios, a quienes no se les conoce oficio ni beneficio, lucran con una generación de jóvenes atraídos por grupos de moda, cuyos contratos revelan cifras astronómicas, en una región del mundo cuyos índices económicos llaman a una vida austera, muy distinta a las naciones que sí pueden costear ese tipo de espectáculos.

Para terminar, canales de televisión apadrinando espectáculos taurinos y toreros improvisados, que se juegan la vida a cada minuto embelesados por premios en efectivo, que los lanzan a la irresponsable ruleta rusa de la muerte repentina por unos dólares más. Veranos toreados que son el escenario creado por cínicos empresarios, que han encontrado en esa aventura taurina, un valioso estipendio para sus arcas millonarias, que obligan a los cuerpos de la Cruz Roja a prestar servicio de auxilio a montadores y aventureros, como si la institución benefactora no tuviera trabajo de sobra en la atención de emergencias en el nivel nacional.

Todo esto bajo la vista y paciencia  de los funcionarios de Gobierno, que callan ante estos desmanes, amparados quizás en el viejo lema de los políticos, de que al pueblo hay que darle “pan y circo” para tenerlo contento.

Ya es hora de que este país inicie sus actividades laborales cada año en un ambiente de orden, sosiego y responsabilidad en sus tareas, sin el estridente recurso de los festejos de principio de año para adormecer y distraer a sus ciudadanos.

Es urgente que todos, organizadores, medios de comunicación, municipalidades, y miembros del Poder Ejecutivo, pasando por la alta magistratura del país, se reúnan y acuerden un alto en el camino a actividades  de ocio que se enlazan con el fin de año, que lo único que logran es quebrar el normal desenvolvimiento laboral y con ello ocasionarle sensibles pérdidas a la economía del país.

Para el país del vacilón, sería bueno un acicate moral de quienes tienen las riendas del país en sus manos, para convertir a sus ciudadanos en bastiones de desarrollo y no comparsas de quienes usufructúan con estos eventos.

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