Cuando tiraron aquel último palazo de tierra sobre el pescador de la “Risotada” sepultaron también la ilusión de ver cerrado el COSEVI, funcionando por fin a banca de desarrollo y herida en la yugular de la corrupción y las largas colas en la Caja
Lo conocí en el Liceo José Martí de Puntarenas como un lector asiduo de temas filosóficos y defensor del ambiente como ninguno. Con solo 22 años le decíamos “viejo verde”. Aun entrado en años, cuando su vieja lancha quedó tirada en el patio de su casa por los constantes “garrotazos” de RECOPE, hacía siempre lo imposible por leer en el Semanario las columnas de Helio Gallardo y los esporádicos artículos de Carlos Fuentes y Rodrigo Arias, hasta que la muerte lo emboscó.Siempre tuvo razones sobradas para pensar que en el nombramiento de maestros no todo estaba claro ni resuelto. Su hija, morenaza treintona y esbelta, siempre fue maestra interina, hasta que ella renunció porque el salario le llegaba con meses de retraso y hasta incompleto. Este pescador, quien tenía jalado el ojo derecho, solía contar a sus amigos que iba a morirse de cáncer gástrico y nadie le había aclarado si era cierto que habían educadores muertos que cada 30 días resucitaban y se catrineaban para presentarse en los bancos a cambiar sus giritos; tampoco, decía, nadie me explica porqué a mi hija la aconsejan que busque una carta de recomendación de algún alcalde, munícipe o diputado del partido, que se irá para quedar como maestra en propiedad.
Si bien no miró las multitudinarias marchas de los educadores afectados por el programa “Integra 2”, se hubiera preguntado −con lo quisquilloso que era− ¿por qué menos de 300 maestros de los miles sin sueldo se acogieron al adelanto del 70% de sus ingresos. ¡Caramba!, habría exclamado, este arroz no sabe bien y esto huele a una “operación Anaconda” planeada contra el gobierno por los opositores. Y es que desde su hamaca multicolor de cabuya, sujeta entre dos frondosos palos de mango −junto a la ventana de su casa−, fue el principal seguidor de Luis Guillermo Solís en “La Risotada”. Apoyó entre sus amigos y parientes las tesis a favor de la transparencia y la erradicación del bipartidismo. “Así, donde ustedes lo ven calladito, decía con desparpajo cuando Solís ni aparecía en las encuestas, este será el futuro presidente que no titubeará para poner un impuesto a las botellas plásticas”. Vos sabés, agregaba desde la hamaca a Hermenegildo −un viejo colega ya retirado por la falta del recurso marino, los altos precios de los combustibles y la contaminación−, no podemos seguir sacando plástico en lugar de “pejes”.
Sus mayores esperanzas, sin embargo, giraron siempre en torno a los cambios que Solís haría en los hospitales de la Caja, sobre todo en el histórico Calderón Guardia que conoció al dedillo por sus prolongados internamientos. Allí, decía, una mayoría del personal médico es excelente, contra unos pocos que rehúsan a que se les controlen entradas y salidas, se les pidan cuentas por las listas de espera, compras y desarrollo de infraestructura. ¡Hay feudos, hay feudos, carajo!, gritaba mientras se sacudía la cabeza y su cara se enrojecía. Defendía a la Caja a capa y espada, a sabiendas que el 10 de octubre del año pasado agentes de la sección de delitos contra la vida del OIJ y la Fiscalía, detuvieron a tres médicos de ese hospital por el supuesto delito de tráfico de órganos.
Murió en paz, agarrado de la mano de su hija, antes de que el nuevo gobierno decretara los primeros acuerdos, sin saber que con el último palazo de tierra enterraban junto a él un “record Guinness” que ningún pescador del mundo tiene, ni siquiera los pescadores noruegos de bacalao: Formó parte, sin saberlo, de los dichosos pacientes que en una operación del estómago colocaron −sin querer queriendo− en su ojo derecho bizco, un tornillo para ortopedia de dos pulgadas y media; era de puro titanio fantasma y de esos milagros propios de la seguridad social costarricense.