Reciente información que dio a conocer la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), de los Estados Unidos, muestra que de enero a julio del presente año, el promedio de temperatura mundial fue de 14.5 grados centígrados, lo que equivale a 0.6 grados sobre el promedio del siglo XX y es la más calurosa desde 1880, cuando comenzaron los registros confiables.
“No estaríamos donde estamos sin la influencia del cambio climático”, dijo Deke Arndt, del Centro Nacional de Información Climática de la NOAA.
A la luz de los nuevos datos vemos, cada vez con más claridad, que los efectos del calentamiento global durante el siglo XXI, se traducirán en episodios climáticos extremos como graves inundaciones, potentes huracanes y olas de calor o de frío polar, entre otros. La comunidad científica ha consensuado ya que, durante los próximos cincuenta años, el incremento de la temperatura entre 1,5 y 2,5 grados, según las zonas biogeográficas, generará profundas modificaciones en los ecosistemas, el paisaje, las masas polares y los asentamientos humanos.
Asistimos estos días a fenómenos regionales que llaman poderosamente nuestra atención: las temperaturas gélidas del hemisferio austral, la ola de calor en Rusia, agravada por los incendios forestales y, en la India, China y Pakistán las inundaciones que dejan sin hogar a centenares de miles de personas, las cuales se ven obligadas a desplazarse.
Realmente, pocas personas se están preocupando por saber que, al quemar carbón, petróleo o gas natural, estamos combinando el carbono del combustible fósil con el oxígeno del aire. Esta reacción química libera una energía encerrada durante más de 200 millones de años; la concentración de CO2 y CH4 en la atmósfera ha superado ya las 350 partes por millón; es más alta que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad.
En los pocos años que llevamos del siglo XXI, las temperaturas globales aumentaron casi 1º centígrado, el mayor aumento en por lo menos mil años. Como resultado de ello, la capa de nieve esta disminuyendo, los glaciares se están retrayendo, los patrones de lluvia están cambiando y cada vez es más frecuente la ocurrencia de eventos climáticos extremos.
Desde la perspectiva internacional y después de la frustrada cumbre de Copenhague, ha quedado demostrado que sin el compromiso de las economías emergentes, como la de la China, no es posible llegar a acuerdos estables en el tiempo.
La posibilidad de una crisis agrícola global precipitada por los cambios climáticos, estará en su clímax antes del 2050. Tal y como había vaticinado el científico inglés Thomas Robert Malthus, en el año 1798, la humanidad se acerca cada día más a una crisis alimentaría de proporciones desastrosas, pues la capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la de la tierra para producir alimento para la humanidad. Se calcula que el 40 % de las tierras cultivables ya se encuentran seriamente degradadas.
Como especie deberemos adaptarnos al cambio climático, al tiempo que intentamos mitigar sus efectos cambiando las políticas de acción frente a la dimensión que pueden tomar, en el futuro, dichos episodios. Se impone un cambio urgente de modelo de desarrollo.
Sin lugar a dudas, debemos cambiar drásticamente nuestro errado sistema de vida. Es algo así como una “retirada sostenible”, la que debemos aplicar, si es que tenemos interés de que nuestra recién llegada especie, perdure en el tiempo.
¿Lo lograremos? Bueno, si tenemos un poquito de raciocinio y sentido común, por lo menos debemos intentarlo. ¿Ha escuchado usted hablar de “El Poder de Uno”?