La nueva edición de La condesa sangrienta de la escritora argentina Alejandra Pizarnik por la editorial española El zorro rojo y con ilustraciones del dibujante, también argentino, Santiago Caruso, ha despertado un renovado interés, especialmente en la juventud, hacia esta poeta ícono de la tendencia gótica.
La Condesa Sangrienta, Erzébet Báthory, fue una la aristócrata húngara que asesinó a 650 jóvenes, en una serie de rituales macabros.
Alejandra Pizarnik tomó la historia de este personaje nacido en 1560, para desarrollar un retrato estremecedor en este breve volumen, que iba a ser una crítica de la obra homónima de Valentine Penrose.
«La perversión sexual y la demencia de la condesa Báthory son tan evidentes que Valentine Penrose se desentiende de ellas para concentrarse exclusivamente en la belleza convulsa del personaje», dice Pizarnik.
Desde su aparición en 1971, este libro ha sido objeto de diversos análisis y el desarrollo de un verdadero culto por sus seguidores, amantes del romanticismo más exacerbado.
La condesa Báthory cometía perversos sacrificios y crímenes y luego se bañaba en la sangre de sus víctimas, pues creía que de esa forma se le garantizaban belleza y eterna juventud.
La escritora argentina relata episodios plagados de sangre de esta condesa que durante seis años se dedicó mortificar, de la manera más inimaginable, a jóvenes doncellas a las que tenía meses en las celdas y salas de torturas de su castillo.
A pesar de la protección de los Habsburgo, hacia 1610 llegaron al Rey informes de esta «dama» y después de «largas vacilaciones» ordenó prisión perpetua para ella dentro de su castillo. Así vivió más de tres años, casi muerta de frío y de hambre. Nunca comprendió por qué la condenaron, dice Pizarnik.
Esta historia aparece ahora en España casi cuarenta años después, pero con un bello añadido: las ilustraciones simbolistas del artista argentino Santiago Caruso, quien durante años ha trabajado en este texto, al que complementa con veintiséis estampas que expresan esta leyenda con una belleza gótica y turbulenta.
«Leí el texto de Pizarnik en mi adolescencia y era perturbador. No se podrían entender las acciones de Erzébet Báthory, si no se reparase en el profundo temor a la muerte», explica Caruso.
Y añade: «Pizarnik escribe que «nunca nadie no quiso de tal modo envejecer, esto es: morir’. Quizás ese temor es el que me iguala al personaje y desde ahí puedo hablar. El artista es quien busca rescatar la belleza de entre la polilla. Uno es enemigo de la muerte, y lucha desde el amor y el pensamiento. Aunque quizá aquí yo encarne a esta muerte para mostrar lo terrible y patético que puede ser el hombre cuando se hace con el poder sin límites», relata este artista.
Los dibujos de Caruso, le aportan esta edición un toque más contemporáneo. El autor precisa que basó ciertos rasgos de su Erzébet en los de la actriz Julia Saly, durante su interpretación en El Retorno del Hombre Lobo, de Paul Naschy.
Quizás es la imagen real más espeluznante de vampirismo que haya inspirado una obra literaria. A esto se suma el talento indiscutible de Pizarnik y su propia vida.
Hija de judíos rusos,
Entre 1960 y 1964, Pizarnik vivió en París, allí trabajó en la revista «Cuadernos», tradujo entre otros a Antonin Artaud, uno de sus referentes, estudió historia de la religión y literatura francesa en la Sorbona
Acosada por arrebatos pasionales, prometió muchas veces su suicido a sus amigos y debió se internada en un hospital psiquiátrico.
Sus obras son intensas y cautivantes. Su encuentro con la vida de Báthory no es casual, sino resultado de su búsqueda de personajes retorcidos donde encontraba otra versión de las pasiones humanas.
El 25 de septiembre de 1972, durante un fin de semana fuera del hospital psiquiátrico en que estaba internada, Pizarnik segó su vida con una sobredosis de seconal sódico. Tenía 36 años.
Siguiendo el mito romántico, fue durante años interpretada a la luz de sus diarios y, sobre todo, de sus poemas, llenos de referencias viscerales a la noche, el exilio, el abandono y la muerte.
Dice un lector de su obra que: “Heredera del surrealismo anticipado y truculento de Lautréamont y del hermetismo sentencioso de Antonio Porchia, la obra de Pizarnik es una reflexión radical sobre el sentido de las palabras y, a la vez, sobre el sentido de la propia vida.
Su investigación sobre lo primero la llevó a publicar las prosas de La condesa sangrienta y siete libros de poemas, entre ellos obras maestras de la literatura del siglo XX en español como Árbol de Diana, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical. Su búsqueda de lo segundo -el sentido de la «lúgubre manía de vivir»- la llevó al suicidio.