El tema ético-político de la dignificación del ser humano constituye la única alternativa comprensible de reivindicación integral a la degradación del valor del ser humano y su identidad dentro de un capitalismo que se contrae producto de su crisis integral.
En la condición de homo oeconomicus la persona solo resulta ser perceptible como portadora de imágenes, no como sujeto significativo; por el contrario, en la consideración ético-política el ser humano es significador de realidades y significativo dentro de ellas, es un creador de mundos que en el encuentro con otros al momento de hacer de lo real un lugar habitable para todos, enaltece su singularidad al entenderla como significativa dentro de la colectividad co-gestora de significados.
En el contexto de la desarticulación de las identidades superestructurales que deja al ser humano en orfandad de sentidos, la reasignación de significados y su consolidación como nueva región de realidad compuesto por lo que tiene sentido, logra abrirle a aquel la posibilidad de volver a ser alguien.
El fin de una época ha dado lugar al surgimiento de una nueva, la crisis integral del capitalismo ha precipitado la aparición del humanismo absoluto de la historia, en el que el ser humano, como actor fundamental, es centro y sujeto configurante de la nueva realidad histórica que al ser integralmente dignificadora resulta ser ético-políticamente socialista.
Esta nueva realidad surge como propuesta de colectivos que se materializa a través de actividad de grupos; su consolidación solo es posible si la sociedad civil se convierte en un sujeto histórico colectivo compuesto por múltiples actores políticos guiados por una utopía común, coherentizadora y encauzadora de la voluntad y la pasión humana. No se pude hacer política sin pasión, ni lograr metas sin voluntad.
El socialismo llegó a América Latina por sus puertos; se trató en principio de un discurso que formaba parte de una identidad de inmigrantes que rápidamente dio lugar a identificación de seres humanos, así desde su aparición el ideario socialista crea en América Latina un contexto de dignificación que es hoy más comprensible y necesario que nunca, pues nuestra realidad requiere centralizar lo social en torno a la dignificación del ser humano y en eso es lo que consiste el socialismo.
No temo equivocarme al afirmar que es una alternativa moral elevada a rango de política donde la voluntad y la conciencia del sujeto dan lugar a una voluntad consciente de dignificación.
A mi juicio, el socialismo no se construye como resultado de múltiples experimentos, sino como resultado de los aciertos del espíritu humano que reconoce la insuficiencia integral de su presente y la necesidad humana de cambiarlo. Cuando hablamos de crear una sociedad justa no podemos pretender hacerlo partiendo de una injusticia.
De igual modo, no puede pretenderse que exista un único horizonte de sociedad socialista viable para toda América Latina, sino más bien tantos posibles como necesidades de dignificación se presenten para el ser humano concreto dentro de cada realidad nacional. Una Latinoamérica socialista estará constituida por múltiples socialismos, cada uno constitutivo de una alternativa histórica reivindicatoria de identidades, géneros, culturas y ecosistemas, que en común solo tendrán su abierta oposición a los mecanismos deshumanizantes del capitalismo.