No hay duda de que existe el encanto personal, lo que algunos llaman sex appeal. Pero esto es tanto como decir que existe también el no encanto, la “horripilabilidad”, el espanto, la persona espantosa.
Decir una cosa o la otra conlleva partir de ese supuesto que se hizo frecuente en el siglo XX y que lo que llevamos de siglo XXI todavía arrastra: la belleza es muy importante para la humanidad actual. Como contrapartida, la fealdad también es importante, porque es una efectiva descalificación de quien se trata de evidenciar ante todos como “feo” o “fea”.
Lo notorio es, primero, la voluble vigencia del concepto de belleza, que suele ser identificado casi siempre como la belleza física; con lo cual la belleza es casi siempre belleza juvenil, de los (as) jóvenes. Lo segundo es que el concepto de belleza no deja de ser circunstancial, quiere decir, nace, florece y se reproduce en una sociedad específica que, harta de lo viejo y tradicional, afirma lo innovador, lo espontáneo y le da acogida con acelerada velocidad de la luz a una etapa comprendida entre el final de la niñez y la llegada de la madurez. El lío, consecuente, es afirmar cuáles sean esas edades. En efecto, hoy por hoy, se afirma que la adolescencia principia a los 9 años y que concluye a los 32… (!!!)
¿Cómo no estar socialmente tan mal ajustados cuando todo cambia arrastrado bajo la preocupación de ser siempre físicamente juvenil, sin importar la edad? ¿Cómo evitar hacer aparecer nuestra actual sociedad occidental como una colectividad que agrupa a personas de todas las edades, estratos sociales, ocupaciones o desocupaciones y que, sin embargo, procura infinita y desesperadamente no vivir la extinción de su humanamente siempre fugitiva, transitoria y relativa juventud y belleza física?
¡Cuántos jóvenes que ansían ser adultos, cuántos adultos que insisten en recaer en actitudes de adolescentes tipo Hollywood! ¡Cuántos jóvenes prematuramente viejos achacosos y cuántos ancianitos que son jóvenes en actitudes y en corazón!
El cine americano, las telenovelas de todo tipo, apabullan la mente y sobre todo las emociones sociales (de hombres, pero ante todo de mujeres) y afirmando que la belleza física es la única y la imprescindible y que el carácter jovial, casi histrónico y adolescente es la mejor forma de afirmar: “¡YO NUNCA, NUNCA moriré!!! ¡Soy lo máximo! ¡Soy el ombligo de la Creación! ¡Soy Superlook! Superwuaooo!!!
Pd: Los políticos, las miss y algunos jóvenes y adultos tienen “Síndrome de ombligo”. Pero hay dos cosas más: 1) también está el mal de quienes hablan tan fluidamente como un político y suponen desarrollar la simpatía de una miss; y, 2) debemos advertir sincera y caritativamente que a veces el ombligo es feo y que otras veces, dependiendo de cada quien… ¡el ombligo huele muy feo!
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