¡El tren! ¡El treeeeeeeeeeeeen!!!!!!!!!!

Las paredes y el suelo se estremecen. No es un temblor ni un terremoto. Un silbido largo nos lo confirma: es el ferrocarril que

Las paredes y el suelo se estremecen. No es un temblor ni un terremoto. Un silbido largo nos lo confirma: es el ferrocarril que pasa cerca de la Universidad de Costa Rica.

Ante los miles de automóviles que, en general, transportan a un único ser humano, aparece el trencito más socializante y socializador, el cual cada día lleva y trae de su trabajo a miles de habitantes de este país.

Conseguir un automóvil para uso personal es tanto cuestión de dinero y a veces de gusto y opción personal. Imponer este artículo a todos puede ser una opción que alguien sugiera, digamos argumentando que tener coche es un derecho humano tan fundamental e inalienable como irrenunciable.

Empero, el ferrocarril va mucho más rápido que cualquier automóvil, atraviesa lugares previamente delimitados y por eso abrevia congestiones (de tránsito, naturalmente). El automóvil es más diminuto, suele viajar siempre un solo tripulante, quien por lo general aparca su auto por un espacio de 8 horas, y después (casi siempre) se enrumba en busca del hogar dulce hogar.

El automóvil, siendo particular, tiende a sumarse junto a otros  automóviles, de donde tiende a formar tumultos por aquí y por allá, máxime si las carreteras del país o del lugar son estrechas y ruinosas. Así, los automóviles originan una triple congestión: 1) entre coche y coche; 2) entre coche y autobuses (colectivos); a estas dos congestiones se llama atascos (“presas”); y 3) la insoportable congestión mental, hepática y gástrica de quienes progresivamente se van enfureciendo cuando tienen que permanecer en su auto o en el autobús, sobre todo en esos momentos espeluznantes llamados “horas pico”.

De manera que, el tren es un antiestresante; como consecuencia, la salud pública sale altamente beneficiada. Ergo, en el coche particular y en el autobús, los precipitantes del cambio de humor están garantizados.

¿Quién podría oponerse a que miles de obreros y estudiantes vayan día a día a sus trabajos y estudios gracias al tren? ¿Quién puede oponerse al disfrute plácido de esa experiencia personal, amistosa y familiar en el trencito? Pues no sé. No faltará alguien. Adivina adivinador, ¿quizás los dueños de autobuses, una liga de taxistas formales o no, o un alto patrón de transportes pesados, o dueños de gasolineras, o algún patrón o asesor algunos de ellos o de todos ellos? ¡Cáspita, que es muy divertido y práctico ir en tren! ¡Te economizás tiempo y se aligeran las rutas y te alegra la vida!

El trencito es, por todo lo anterior, un bien individual y colectivo. Un Estado que respalde, promueva y defienda el servicio de ferrocarril es un Estado humano y que estimula la socialización entre sus habitantes. ¡Curioso!… La humanidad viaja en tren…! Como en muchos países civilizados del mundo.

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