El Tribunal del Pueblo silbó

Para algunos se trató de una “manada de pachucos”, para otros, de malagradecidos, pero lo cierto es que cuando a los Fuenteovejuna se les

Para algunos se trató de una “manada de pachucos”, para otros, de malagradecidos, pero lo cierto es que cuando a los Fuenteovejuna se les colma la paciencia, no los silencia ni las bendiciones del Arzobispo ni los deslumbran los estadios chinos. Muchas veces fue el cántaro al agua antes de quebrarse.

Ni Madame Gandara ni el profesor Kalimán, juntos, lo pudieron pronosticar. Todo lo contrario; para cualquier analista resultaba insospechada la posibilidad que por generación espontánea, una multitud reaccionara, indignada, al unísono, ante el tsunami de corrupción pública y de malandrines que desde sus nidos de águila observaban con desprecio la frustración de los caracoles.

Los confisgados ticos y ticas, estoicamente, esperaron el momento oportuno. Cuando se auguraban aplausos y laureles, cuando corrían lisonjas y champán, ahí estaba “la manada” sacando la cara, diciendo presente, ni como la ultra, ni como la doce, como la “tica”.

Los “opinadores” de  CANARA critican lo que para su escolarizado criterio resultó injustificable y bochornoso: un acto primitivo que desvestía al homenajeado ante una audiencia cosmopolita y civilizada. Olvidan que esa rechifla no fue planeada porque no estaba en el libreto.  No pretendía ser académica, refinada, ni afinada. Surgió del alma nacional, como una guaria morada de un güitite, como un grito de sabanero, como cuando decimos “p…” mil veces, sin pensarlo.

También era un vómito de bilis, de desencanto acumulado, por tanto cinismo, mentiras,  promesas incumplidas, injerencias vergonzantes, falta de transparencia, irrespeto, de la que los costarricenses venían siendo objeto. Nadie los convocó ni les acicateó el galillo: amas de casa, funcionarios públicos, estudiantes, operarios. Ahí estaban chiflando, todos los que sabían chiflar (los que no sabían gritaban o tocaban sus “vuvuzelas”), todos los que no habían sido convidados al Club Unión.

Este simbólico acto, tan indeleble como el gol de Saborío, será recordado por algunos como una muestra de vulgaridad y chabacanería. Pero qué importa. Ha puesto a temblar a quienes confiados en que el pueblo yacía enterrado tres metros bajo tierra, se aprestaban a dar nuevos zarpazos al decoro y al secuestro de la dignidad nacional.

Muchos obras públicas a partir de ahora, quedarán huérfanas de tijeras corta cintas: El nuevo repello sobre el Puente del Virilla quedará anónimo, la Casa Presidencial fantasma se inaugurará por “wireless” y en la nueva Escuela de Policía, el Comando Sur, tomará rumbo al Norte.

Cuentan que los representantes del Clero también se llevaron una buena cuota de la rechifla. ¿Será acaso que los católicos les estaban reclamando el asocio con las águilas en el grupo SAMA y en las cuestionadas inversiones de las que estaban siendo objeto sus ofrendas y limosnas dominicales?

Nunca sabremos en qué intrincado código se pusieron de acuerdo estas decenas de miles de chifladores para despistar a la DIS y a los organizadores del evento, que de haberlo sabido hubieran optado por un acto a puerta cerrada, o con carné de afiliación. Aunque también es probable que no todos silbaron por la misma causa: Los hartos con las irregularidades de Autopistas del Sol, pudieron concertarse para al fin ser escuchados.  Otros por la inseguridad ciudadana. Los ecologistas por las Crucitas. Los que habían purgado penas por la rabia de no haber contado entre sus amigos con algún Ministro influyente… o un Fiscal General. Los de Villa Esperanza de Pavas, porque en vez construir sus casas, las donaciones se disiparon en el bolsillo de los asesores. Incluso, algunos chiflidos sonaban en taiwanés. Algún colado se estaría sacando un clavo.

Al final del acto muchos nervios quedaron crispados. Muchos somníferos atenuarán insomnios. No por el juego de pólvora ni por el pésimo juego de la Sele. Sino por la paranoia que depara el miedo, la culpa, la incertidumbre de la rendición de cuentas.  Pero quien nada debe nada ha de temer. Incluso la “manada” suele ser misericordiosa y paciente -como lo hizo notar cuando le tocó el turno al discurso de  Doña Laura- Solo que no hay que confundir ni confiarse, porque al igual que Fuenteovejuna, siempre duerme con un ojo abierto.

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