El valor de la universidad pública

Supongo que un centro de enseñanza privado no “contrata” a un académico de la universidad pública para que imparta una charla inaugural sobre “el

Supongo que un centro de enseñanza privado no “contrata” a un académico de la universidad pública para que imparta una charla inaugural sobre “el valor de la función privada”. Pues el señor rector del ITCR (devenido en TEC) “contrató” a un funcionario del INCAE Business School para impartir cátedra sobre “el valor de la función pública” e invitó a vicerrectores, directores de escuela y departamento, coordinadores de unidad y secretarias (sí, secretarias), con “carácter obligatorio”.

El día anterior a la charla una de las señoras conserjes de la empresa que el TEC subcontrató para realizar la limpieza en el Centro Académico de San José (CASJ), se asomó a mi cubículo para, con distintiva humildad, informarme que venía a despedirse y a presentarme a la compañera que la sustituiría. Pero, ¿usted luego regresa?, le dije sorprendido. No, ya no vuelvo más, me respondió con desoladora congoja.

La charla apuntaba a “cómo mejorar la eficiencia de la gestión pública”. Con visión empresarial, rayana en la maquila, el especialista fue mostrando su recetario para optimizar las líneas de producción de una empresa, perdón, de una universidad, pública en este caso. Una de las consignas centrales era “ahorrar para producir valor”, para ello es imperativo que “el líder mantenga una presión constante”. El líder, se entiende, son el rector, vicerrector, director, coordinador, y así sucesivamente.

Mantener la presión constante significa controlar procesos, que se traduce, más o menos, en acortar tiempos en las funciones de un operario, digo, de un funcionario universitario: estimar si lo que realiza en una jornada se podría hacer en media jornada, pongamos. El axioma filosófico sería “el tiempo es oro”. En otras palabras, apretar las tuercas porque “las holguras son un peligro terrible, el negocio se puede dañar” y “las entidades eficientes tienen altos grados de presión y velocidad”.

Con enfoque docentista, donde “los obreros son los profesores en la línea de producción” (¡sí, lo dijo!), la fórmula para mejorar consistiría en acortar los tiempos presenciales en aula y laboratorios, a partir de “tareas transaccionales algorítmicas” (ejemplo: cajeros automáticos). Se trata, al parecer, de automatizar la docencia. ¿Y la investigación, la extensión? También deben ajustarse a la gestión empresarial, pues la flexibilización laboral y la subcontratación asoman cual paradigmas de eficiencia (¿neoliberal?).

El señor rector subrayó que la charla obedecía a la necesidad de responder a críticas de diputados y de la prensa sobre altos salarios de docentes, así como a las exigencias de la Contraloría de la República. La charla, entonces, es un llamado a laborar de acuerdo con los estándares de la empresa capitalista, cuyo norte es producir valor, en este caso público, el cual, por cierto, nunca fue conceptualizado por parte del profesor del INCAE, aunque dejó un acertijo peliagudo: “el mercado no tiene límite en la creación de valor público”. ¿Algún economista podría explicar este agudo aforismo?

Uno supone que, ante cuestionamientos de la educación superior por parte de diputados del PACPLUSC/Liberticida y de la prensa comercial tributaria de los grandes empresarios, la respuesta debe darse desde los fines y principios de la universidad, entre ellos el de la autonomía, piedra de toque de la misma. Demostrar, con conceptos académicos, que no se está perdiendo el tiempo ni aumentándose salarios, mucho menos  despilfarrando recursos. Todo desde la transparencia, la rendición de cuentas y la precisa optimización de las tareas.

La señora conserje que se despidió compungidamente es una muestra de lo que sucede cuando se pone en práctica el recetario de los business school. Esto no es nuevo; hace rato y de manera silenciosa, se implementa bajo el manido discurso de la contención del gasto. ¿Habrá alguna relación entre esto y nuestras convenciones colectivas?

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