Elecciones 2014: el desencanto político

Queda muy poco tiempo para que muchos cientos de miles de costarricenses decidan quién nos gobernará a partir de mayo del 2014. No me

Queda muy poco tiempo para que muchos cientos de miles de costarricenses decidan quién nos gobernará a partir de mayo del 2014. No me queda la menor duda de que quienes hace cuatro años apostaron por la actual presidenta de la república se equivocaron.

En la gris y triste historia política costarricense ninguna mujer había gobernado este país. Ingenuamente miles de votantes consideraron que la llegada de una mujer al gobierno mejoraría las condiciones de vida de los más pobres.

Muchas personas hasta fundamentaron su voto hablando del «instinto maternal», de que «quien da vida también lucha por conservarla», de que «una mujer posee una intuición o elevada tendencia de amor o entrega que sobrepasa todo entendimiento». Craso error.

Todas esas percepciones  resultan ser ejemplos propios de una mentalidad machista, conservadora y patriarcal. De nada sirve que sea  mujer, hombre, joven, viejo, profesional, negro, blanco, india, creyente, ateo, cristiano, musulmán, budista, campesino, rico, pobre, grande o pequeño, bonito, feo, de izquierda o de derecha. No, de nada sirve eso. Lo que sirve para gobernar un país son los valores, el deseo de servir, el respeto por el prójimo, el altruismo.

Pero, sobre todo, saber y asumirse dentro de una humanidad que necesita de gobernantes honestos e íntegros que se sacrifican, de verdad, por sus gobernados. Lo que importa es el bagaje moral y ético, el amor al prójimo, el compromiso que se debe tener por aquellos que más necesitan satisfacer sus carencias.

En política no debe haber espacio para la improvisación, la especulación, el «a lo mejor» o el «podría ser». Cuando se vota por determinado candidato o candidata se debe tener presente muchas cosas. Pero sobre todo debemos erradicar la pasión, la tradición, el halago y la conveniencia.

En la clase política tradicional, desgraciadamente, algunas mujeres, y hombres también, que dicen pertenecer a la llamada «minoría política selecta», se forman diciendo SÍ a todo. Sobre todo a los «machos» y adinerados del partido. Esto les representa sumar puntos para ascender en la escala del poder.  Al final logran que el «padrote», como diría Sigmund Freud, levante su dedo y la elija como la candidata oficial. Aunque después le dé por el trasero para montar a otro de su conveniencia.

Todo lo anterior nos lleva a una pérdida de credibilidad, no sólo en la clase política tradicional, sino también en el sistema democrático como tal. Y en nuestro país, a pesar de una ingenua mentalidad política endémica, resultado de una educación orquestada desde el poder político, se manifiesta desde hace muchos años un desencanto y una gran desconfianza en la forma tradicional de hacer política. Hans Köchler, filósofo austriaco, nos habla de un «autoengaño ideológico» que consiste en aceptar una ficción como si fuera una realidad. Esto es exactamente lo que está sucediendo en nuestro país.

Se está dando un desencanto, un desinterés, una pérdida de credibilidad en quienes nos gobiernan y nos pretenden gobernar.  Continúa diciendo el pensador Köchler que esto «puede conducir a un desencanto político en cuanto se descubra el carácter ficticio de los términos esenciales del discurso legitimador. Esto, en última instancia, puede desestabilizar el sistema como tal».

Me parece a mí que la podredumbre en la cual se ha venido desenvolviendo nuestro sistema político ha topado con suerte. Nuestros gobernantes hacen de las suyas sin el más mínimo escrúpulo. Los sectores de oposición, los sindicatos, los movimientos sociales, las ONGs, cada uno lucha por reivindicar sus necesidades particulares, sus propios intereses o, peor aún, por proteger  sus  insignificantes e imperceptibles reductos de poder sin el más mínimo interés por el bienestar general.

Desde luego, no se debe ser tan ingenuo. El sistema democrático no está en peligro. No hay una tal «desestabilización del sistema». Para que un sistema democrático esté en peligro debe existir como tal y, en «Tiquicia», lo que menos hay es democracia.

Lo que está en peligro es la vida silenciosa, corrupta, manipuladora y desvergonzada de una clase política tradicional que lo que menos le importa es el bienestar de las grandes mayorías sociales.

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