octubre-noviembre de este 2014 comenzó el juicio contra quienes parecen ser
sus asesinos. Si los fiscales presentan adecuadamente su prueba, y si ella fue
recogida con propiedad, serán castigados a años de cárcel.Los asesinos son personas humildes de la costa Atlántica, producidos por Limón y, como Limón
hace parte de Costa Rica, producidos asimismo por el país. Por todos los que
residimos aquí, pero en especial por sus dirigentes políticos, los distintos
grupos económicos y los liderazgos religioso-culturales. El asesinado Jairo
Mora, un hombre joven y bueno, también es producción costarricense, pero se
ubica en el lado prístino y deprimido/minoritario de sus gentes actuales. Son
minoritarios no por su número, sino por su bloqueado acceso a los circuitos de
poder y sus lógicas. Las personas buenas y sencillas constituyen mayoría en
Costa Rica, como en todas partes, pero se les priva de variadas formas de su
capacidad para determinar el carácter de la existencia social. Por ello están en
permanente peligro de ser liquidados biológica y culturalmente. No todos los
liquidadores son llevados con propiedad a los Tribunales.
Una noticia-documento en un canal de televisión local revela que la playa y el
área en que fue torturado y asesinado Jairo Mora es hoy espacio de
delincuentes menores y mayores. No existe policía (o la aterroriza acercarse a
la playa Nueve Millas de Moín) y el imperio de los maleantes hace que incluso
personas que colaboraron con Jairo en el cuidado de las tortugas baula y sus
nidos se sumen hoy a la caza de sus huevos. La organización para la que
trabajaba Jairo Mora, Widecast, canceló su proyecto en Moín. El esfuerzo de
Jairo y su muerte brutal resultaron vanos. Se le llora, pero nadie, al menos de
la autoridad en Moín, prolonga su lucha.
Escribe en La Nación S.A., no creo sea necesario adjetivar su línea de
opinión, el ingeniero Jorge Woodbrigde: “No hay tiempo para posponer
soluciones” (LN: 28/10/2014). El autor, quien ha sido incluso “Asesor
Presidencial en Competitividad y Mejora Regulatoria con rango de Ministro”,
durante la última “administración” de Óscar Arias, exige a la presidencia de Luis
Guillermo Solís terminar ya con todos los desastres que, por desatención,
molicie y codicia, han gestado las orquestas liberacionista y socialcristiana en
el último medio siglo. Una cita: resulta imperativo: “…someter a todas las
instituciones a un análisis de sus objetivos, resultados y recursos para su
aprobación en la Asamblea Legislativa”. Rehacer o cercenar todo lo que él, con
otros, tornó disfuncional, gravoso y suicida. Pero lo esperpéntico de su texto no
reside en su inviabilidad política, sino en una frase woodbridgeana de su
penúltimo párrafo: “Esta es una situación en que no se vale andar señalando
culpables, pues solo debemos ver hacia el futuro”. O sea las desgracias y
calamidades se produjeron solitas y se coordinaron y acumularon por su
cuenta. Nadie es políticamente responsable. Nadie engordó a la sombra del
manejo político de los últimos 40 años. ¡¡¡Vaya cáscara!!! Puede que el país no
sea el más feliz del mundo, pero sus políticos sí son jolgoriosos. Stand Up
Comedy, le llaman. Que devuelvan la plata.
En el País de los Felices hasta los niños saben que, si de cambios se trata,
el PAC requiere ganar, solo o en coalición, las elecciones del 2018. Solo así se
avanzará en la liquidación de la inmundicia acumulada. Un buen manejo del
presidente Solís es solo un factor de esta tarea. Pero, sin siquiera un año al
frente, el PAC se encuentra paralizado e internamente desagregado y
enfrentado. Residen en él al menos un errático circuito de amigos del
presidente, grupos empeñados en reiterar las fétidas corruptelas contra las que
votó masivamente el electorado y la trinchera casi sin compañía de Ottón Solís.
La debacle no es horizonte, sino un día a día. Nadie aporta tubos de oxígeno.
Los otros, los que no admiten responsabilidades, celebran. El hijo dilecto de
la señora Olsen ya se siente presidente. Johnny, La Catástrofe, quiere retornar
a su Alcaldía. Lo lúgubre es que de repente lo consiguen.