“Es hora de actuar”

«Nadie se salva solo.
Quizá por la palabra y la acción compartidas
estalle, al fin, la paz».
Julieta Dobles

Samia Yusuf Omar.
El nombre de primera entrada quizás no diga nada. Pero Samia Yusuf Omar fue una estrella de las olimpiadas de Pekín en el 2008. No ganó nada, de hecho la corredora somalí quedó de última en la primera ronda de clasificación de los 200 metros planos, pero su perseverancia al no amilanarse y terminar la carrera con la misma determinación con que la inició le sirvió para romper su récord personal, ser ovacionada y ganar el respeto internacional.
Cuatro años después Samia Yusuf Omar murió ahogada en medio del mar Mediterráneo, luego de un largo periplo lleno de abusos y privaciones que resistió en pos de llegar a las costas europeas.
Ella es tan sólo un ejemplo de la diversidad de la actual crisis migratoria que enfrenta el mundo: cientos de miles de personas acosadas por conflictos bélicos y sus consecuentes crisis humanitarias se han visto expulsadas de sus países en los últimos años.
Decir “cientos de miles” no es una exageración. De hecho esa cuantificación guarda tal distancia con la realidad, que no puede si quiera calificarse como eufemismo. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el 2014 rompió marcas históricas de personas desplazadas de manera forzosa a causa de conflictos bélicos. Un total de 19,5 millones de personas debieron dejar sus países, mientras que 38,2 millones engrosaron las cifras de desplazados internos.
Ante esos números, ningún esfuerzo por ayudar es tan pequeño como para que no valga la pena.
Hace un año el Presidente de la República de Costa Rica hizo despliegue de una hermosa retórica en favor de los derechos humanos ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en un discurso titulado “No nos es permitido el silencio… Es hora de actuar por la paz”, el cual cerró con la cita de Julieta Dobles que sirve de epígrafe a este texto. La apuntada diversidad del fenómeno de los desplazamientos forzosos fue por entonces bien comprendida y anotada por el Presidente de Costa Rica: “Hemos visto, además, las imágenes y escuchado los gritos de angustia que emanan de Gaza, Iraq, Siria, Ucrania, Afganistán, Mali, Libia, Sudán y Sudán del Sur, Somalia y la República Centroafricana”.
Pero parece que un año después todo eso se le olvidó al Presidente de la República. Fue un día de luto por la consecuencia política y ética, cuando Luis Guillermo Solís de plano cerró la puerta a la posibilidad de que Costa Rica acoja a personas refugiadas “de Siria”, según dijo, en medio de la crisis que se vive en Europa ante la llegada desesperada de quienes huyen de conflictos armados.
Nadie podría en su medianamente sano juicio asumir que sería una tarea fácil y sin obstáculos ofrecer un abrazo de solidaridad a estos seres humanos perseguidos por la desgracia y las bombas occidentales, expulsados por quedar hechos un sándwich entre opacos intereses geopolíticos. Nadie podría obviar que acoger gente de orígenes, tradiciones, idiomas y religiones muy diferentes de hecho generará problemas y que estos serán aprovechados por el oportunismo político, la mojigatería religiosa y la mediocridad… pero nada de ello le exime a usted, Señor Presidente, de la responsabilidad que le confieren sus propias palabras.
Hoy el discurso ante el mundo da paso a un conservadurismo cavernario: “En el caso de los refugiados sirios estamos en una zona cultural completamente distinta a la suya, no existe una comunidad de referencia que les pueda dar acogida, nosotros tenemos como país multicultural comunidades de muy diferente origen, pero los sirios no son una de esas comunidades y por lo tanto cualquier grupo de personas que venga desde Siria no encontraría en Costa Rica ni el cobijo sociológico, ni el cobijo religioso, ni el cobijo cultural que requieren para hacer una vida normal”.
De repente no se puede actuar, de repente el problema es sólo sirio, de repente la posibilidad de shock cultural borra toda consideración.
El argumento de que la no existencia de una comunidad más o menos numerosa de personas de Siria inhibe a Costa Rica de acoger a personas expulsadas de ese y tantos otros países, simplemente no es de recibo, según las propias palabras del presidente Solís ante el mundo entero.

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