Es mi naturaleza

Lo único más abyecto que un crimen es su justificación. Confundidas aún con el olor azufrado a pólvora que segó 27 vidas el pasado

“Es mi naturaleza”. Así despacha un escorpión el agónico requerimiento de una rana que, habiéndose ofrecido a transportarlo para cruzar el río, sufre su aguijonazo en pleno trayecto provocando la muerte de ambos. La moraleja de Esopo a través de la prosopopeya ha degenerado, 2.500 años después y por una pirueta descalabrada de inversión de roles, en exculpación a través de la animalización: hoy ya no hablan los seres irracionales –afónicos ante nuestra recalcitrante sordera-, sino que los humanos hemos adoptado el lenguaje de la bestialidad.

Lo único más abyecto que un crimen es su justificación. Confundidas aún con el olor azufrado a pólvora que segó 27 vidas el pasado 14/12/12 en Newtown –20 de ellas correspondientes a niños de 6 y 7 años-, se alzan voces cuya estridencia dispara de nuevo a las mismas víctimas. Al día siguiente de la tragedia, una exhibicionista se arrogó metafóricamente la maternidad del asesino en masa, A. Lanza, publicando un artículo en el que expone al ojo público a su propio hijo de 13 años estigmatizándolo como homicida en potencia para concluir, martirialmente, que el debate debe centrarse, más que en las armas –cuya pasmosa facilidad de acceso en Estados Unidos hace que se vendan cual golosinas-, en la enfermedad mental, coladero contemporáneo del atropello y filón de determinismos impostores (según M. E. O’Toole, experta en perfiles criminológicos del FBI, Lanza planificó todo con detalle y sabía muy bien lo que hacía). Puestos a concitar desequilibrios, señalemos en primer lugar tanto el de la madre de Lanza (¿quién, en su sano juicio, acumula un arsenal en su casa y enseña a un adolescente con dificultades a manejar fusiles de guerra?) como el de esta espontánea que se presenta desvergonzadamente como su álter ego apresurándose a echar barro sobre su retoño para exonerarse de cualquier cargo, incluso del de difamarlo. L. Medina, fundador de Ciudad de los Niños (Aguacaliente de Cartago), plasmó lúcidamente el ardid de la proyección en un medio nacional hace 50 años: “No pretendo discutir si tales niños requieren o no tratamiento de Reformatorio. A veces pienso que más que los niños lo necesitan sus padres” (La Nación, 3/12/1962).

Esta estrategia de distracción beneficia a la Asociación Nacional del Rifle –lobby respaldado hasta la saciedad por Presidentes republicanos y demócratas- que, lejos de entonar un inaplazable mea culpa, propone el exabrupto de instalar un guardia de seguridad armado en cada escuela del país (reforzando, de paso, el binomio educación-prisión). También hay, por fortuna, buenas noticias: en el reciente segundo aniversario del ataque contra la excongresista G. Giffords en Tucson (8/01/11: 6 muertos, 14 heridos), baleada en la cabeza y milagrosamente viva, esta lanzó junto a su marido la campaña “Estadounidenses por Soluciones Responsables”, abogando por una reforma legislativa a favor del control de armas.

J. Holmes, artífice de la matanza en Colorado durante el estreno de la película “Batman, el caballero oscuro” (20/07/12: 12 muertos, 58 heridos), no tuvo ningún problema en abastecerse de municiones y equipo blindado por Internet,x ni en alegar en su defensa ante un tribunal federal menos de un mes después “enfermedad mental”. De otros monstruos como C. S. Hui o A. Behring –autores, respectivamente, de la masacre de Virginia Tech (16/04/07: 32 muertos, 29 heridos) y del doble atentado de Noruega (22/07/11: 77 muertos, 100 heridos)− se han pregonado por activa y por pasiva sus múltiples trastornos paranoides, bipolares, psicopáticos, esquizofrénicos y demás tremendismos diseñados por la psiquiatría que casi los redimen como almas en pena, omitiendo su responsabilidad como individuos libres que, más allá de sus condicionantes (peor aún, sirviéndose de estos como excusa y parapeto), optan por el mal. Tomemos, por ejemplo, el caso de Behring: la Fiscalía solicitó su internamiento en un manicomio, pero los dos informes psiquiátricos encargados por la Justicia llegaron a resultados opuestos (el primero lo declaraba loco, el segundo –que finalmente se impuso y permitió su ingreso en la cárcel- perfectamente cuerdo). La psiquiatría y su derroche de clarividencia, en última instancia, es la que debiera ser contenida en camisa de fuerza: el famoso experimento Rosenhan demuestra que se pueden obtener tantos diagnósticos como “profesionales” le visiten a uno. Nuestra naturaleza es la libertad, nuestra esencia el bien, antídotos implacables contra el veneno del escorpión.

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