Nuestro país avanza raudo en dirección al autoritarismo. Cuanto más se abre el mercado tanto más se cierran las libertades.
Cuando los movimientos sociales se lanzaron a las calles exigiendo la reivindicación de derechos sonó la alarma que comenzó a activar la clausura de la democracia. Los primeros indicios los mostraba el gobierno mediante convocatorias a un “diálogo” regulado por las condiciones que este imponía, luego fue necesario recurrir a la criminalización de la protesta social.
Ahora, además, se golpean sectores estratégicos y se acude a la represión selectiva. Entre tanto se les sigue cercenando a las instituciones nacionales todo asomo de autonomía. Para resolver todo tipo de conflicto se invoca el Estado de Derecho, hoy por hoy revestido con los andrajos de justicia y ética que escasamente conserva.
Y es que los fanatismos promovidos desde diversas trincheras están haciendo mella en una sociedad cuyas posibilidades de desarrollo humano quedan atrapadas tras las rejas de un discurso sustentado en visiones autoritarias, dogmáticas y conservadoras, con las cuales la gente se identifica, después de sentirse impotente ante esa bestia burocrática y represiva que grita con estridencia “no hay más que someterse a nuestra voluntad, cualquier intento de liberación se paga con la discriminación, la cárcel, la etiqueta o el suicidio”.
Desde hace décadas los discursos dogmáticos, autoritarios y conservadores se han canalizado a través de figuras que gozan de poder y prestigio, como si lucieran un grado de patología semejante a la violencia de sus palabras.
La resonancia de sus ideas en sectores tan privilegiados como vulnerables a este tipo de somatización ha hecho que la enfermedad implícita de tales ocurrencias se materialice en programas de radio, programas televisivos, políticas de gobierno, etc.
Ciertamente los fanatismos emergen de muchos grupos y sectores el problema es cuando los mismos se legitiman como ciencia, técnica, ideología, doctrina religiosa o ética, porque quienes los difunden poseen poder y riqueza, o son representantes de grupos que las tienen. De manera que los modos enfermos de pensar de algunos se fumigan como normativa para toda la sociedad. El peligro inminente de sucumbir ante una propuesta de sociedad autoritaria y absolutamente controlada demanda la necesidad de encarar con nombres y apellidos:
En la década de los 80s recorren el país las ideas extremistas y esquizoides de una suerte de paladín del anticomunismo. Don Guillermo Malavasi Vargas tenía la capacidad de causar asombro acusando a toda forma de reivindicación de derechos de formar parte de una manifestación macabra del marxismo leninismo.
Como si fuera una escuela de pensamiento, del lado del periodismo inquisidor aparece Julio Rodríguez, no cabe duda que pasa En Vela, ilustrando con cada trazo de su pluma la utopía negra de un mundo gobernado por ricos y comerciantes, donde los pobres sin protestar atienden a sus demandas con pasión sumisa y rituales de veneración.
El tercero, se subió a la atalaya del púlpito para propagar la justicia divina, desde esta clamaba por la subordinación y el flagelo, al mismo tiempo que recaudaba el dinero de los piadosos que no podían con su fardo de culpa, también de los empresarios que ponían sus negocios en las manos del Señor, o que atrevidamente lo podían instrumentalizar para incremento de sus ganancias. “Un minuto con Dios” para los pobres y una eternidad para los ricos en la tierra prometida del capitalismo pagano. Su nombre: Minor Calvo, ya todos saben quien es.
Con lucidez y complejidad Kantiana, en su propia versión de una Crítica del Juicio, acompañada de tonadas de un recital de Rachmaninov, Jack Sagot vive en una realidad ajena y distante a la nuestra que le impide entender la identidad del pueblo costarricense.
Sus palabras engalanadas hacen un llamado para que todo ciudadano se eduque con los valores de la moral cortesana. Con erudición pomposa señala a todas aquellas personas que, según sugiere, por ineptitud carecen de la virtud aristocrática. Se queja del empobrecido lenguaje de los ticos que hablamos con la riqueza de vocablos que las oportunidades sociales nos permiten. La sociedad enajenada, globalizada y unidimensional (Marcuse), que ha creado el capitalismo moderno no ha sido iniciativa del ciudadano común.
La reducción del lenguaje y la aniquilación de la cultura autóctona de los pueblos ha sido uno de sus efectos. Pero el lenguaje también se expresa en lo inexpresado. Como filósofo pésimo hermeneuta si desconoce la cantidad de lenguaje que esconde lo no dicho.
Por último, salta al escenario social un personaje de análisis foucaultiano, un verdadero héroe del poder y la norma, no es otro que Juan Diego Castro. Inclaudicable y empecinado el entusiasmo con el que reparte las mejores recetas del derecho penal. En su discurso ostenta la construcción de un país policiaco y represivo. Un mundo en el cual la mejor herramienta para descubrir al delincuente es la paranoia.
Todos comparten o han compartido algo, además de ser férreos masculinos, prestigio suficiente y medios de comunicación a su alcance para precipitar el arribo de una sociedad técnicamente controlada donde las libertades públicas y privadas sean abolidas. Igualmente, cada uno desde su trinchera ha formado escuela y sus enseñanzas las reproducen quienes padecen del mismo síntoma que subyace a estas.
Todos además se confabulan en el marco de una estrategia de dominación que pretende someter la voluntad de libre acción y pensamiento a un aparato estatal que se comienza a gestar totalitario.