Ese bicho humano, en las trincheras

Edelberto Torres E., en estupenda biografía: Enrique Gómez Carrillo, el cronista errante, me puso sobre la pista y agradezco. El escritor guatemalteco

Edelberto Torres E., en estupenda biografía: Enrique Gómez Carrillo, el cronista errante, me puso sobre la pista y agradezco. El escritor guatemalteco (1873-1927) en cuestión, depravado y degradado en más de un aspecto humano, como denunciante resulta detonante… A los cien años, sus crónicas de guerra dejan abierta la invitación a seguirlas leyendo.

Definitivamente, no es neutro; muchas veces refiere a los iniciadores de la guerra, esta Primera Guerra Mundial, que iba a ser “la última de las últimas”, con vocablos bastante cargados, como “orgullosos señores de Berlín”, “ulanos”, “tudescos”, “bárbaro primitivo”, “vándalos del siglo XX”, “horda inmensa”; aparte del frecuente “boche”, calificativo francófono tradicional, nada cariñoso respecto de los invasores… No falta la creación artística sarcástica, como con la “gula germánica de esos guerreros” con todo y aliteración.

Por suerte, por haber viajado a Alemania antes del conflicto mundial, don Enrique profesa un alto respeto por los creadores allende el Rin, sobre todo Goethe, que menciona cantidad de veces, entre otros supongo, porque a su vez este tenía un alto aprecio por la cultura, más que francesa, francófona (lo segundo resulta más amplio, políticamente correcto, que lo primero).

A pesar de esa capacidad del hombre, de todos los hombres, de superarse y trascender, el relato constante de Gómez Carrillo queda plagado de bestialidades, sobre todo del lado germano: se acabaron los caballeros y llegó el bruto, con guerra científica. En más de un momento el autor cae en cierto determinismo, no precisamente humanista, como aquí: “Las pieles de animales con las cuales se vestía el cuerpo han desaparecido. En vez de flechas, usa cañones. Para darse un aire refinado, lleva un monóculo. Mas en el fondo es siempre el mismo: altivez indomable e incurable rudeza”.

Sin embargo, aparte del envidiable estilo de esas crónicas, lo que mantiene su frescura es el constante recordatorio humanista. ¿Ejemplos? En pequeña antología del primer volumen de cinco, “Campos de batalla y campos de ruinas”, a como avanzan la páginas, voy citando: “Nosotros somos la encarnación de la opinión universal” (12), “el soplo admirable de la hermandad” (58), “bajo las bombas, una tierna solidaridad une a los seres humanos” (84), “el Destino está preparando una nueva era, tal vez una nueva Humanidad” (162), “no podemos dejar de celebrar como un triunfo de la civilización o, mejor dicho, de la Humanidad, esas gentiles manifestaciones” (178). Y así, como ser humano, el escritor deja testimonio, mantiene la fe en sus congéneres, con absoluta confianza en la especie. En medio de la sangre por doquier, “chapín” de nacimiento, pero universal de pensamiento, Enrique Gómez Carrillo ve la savia de la esperanza. Enterremos a la bestia, sigamos con el hombre.

 

 

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