Es jueves, pasadas las cuatro de la tarde. Mes de abril. Época lluviosa en Costa Rica. Cielo gris.
Cae una leve llovizna en San Pedro. Comienzan a llenarse los charcos y la gente camina con sus paraguas y sombrillas a cuestas. Algunos van, otros vienen, no lo sé con certeza. Camino de mi lugar de trabajo a la parada del bus.
Me topo a una pareja que camina en dirección opuesta a la mía.
Son una mujer y un niño, madre e hijo. Él viste camisa blanca de manga corta, pantalón azul oscuro y zapatos negros, su uniforme escolar. Logro escuchar lo que conversan.
El niño mira hacia arriba, en busca de la cara de su madre y pregunta: “Má! ¿sabés qué es lo que yo más quiero en la vida?”. Inmediatamente se corrige a sí mismo y dice: “bueno, ¿lo que más me gustaría?
La madre baja su mirada en busca del rostro de su hijo, posa su brazo izquierdo sobre los hombros del niño, abrazándolo, en gesto de afecto agradeciendo la confianza del pequeño. La madre casi a punto de interrumpir al niño, quien apenas terminaba su frase le dice: “No, no sé. ¿Qué es lo que más te gustaría?”.
Continúo caminando. El niño responde, pero en ese momento cruzo la calle y ya no logro escuchar más. Aunque me perdí la respuesta del niño, el preámbulo de aquella conversación queda registrado en mi cabeza, al igual que la imagen.
Fue instintivo, como un reflejo. No lo pude evitar. Me pregunto: ¿Qué es lo que yo más quiero en la vida?”. Vaya sorpresa… no me vino una respuesta inmediata. Me cuestiono: ¿Qué me pasa?, digo, no es que ande por la vida sin aspiraciones ni sueños. De hecho me considero una especie de soñador de ojos abiertos.
Tampoco es que no quiero nada o que no sepa qué quiero hacer de mi vida, es sólo que la respuesta no la tuve en ese momento. ¿Será que no quiero nada, que ya no deseo nada con todas mis fuerzas como lo solía hacer cuando era niño?
El pequeño aquel me hizo pensar un poco en mí a su edad. Me hizo caer en cuenta que la energía, el ímpetu y, sobre todas las cosas, la espontaneidad presente en cada niño, las he perdido.
Al no encontrar una respuesta elocuente y, sobre todo natural, me esforcé por obtener una. Primero me pregunté: ¿Qué quiero para mí en el futuro? Muchas cosas vinieron a mi mente, pero siempre respuestas muy pensadas, nada espontáneas. Me hice entonces otra pregunta: ¿Qué quiero en este momento?
Obtuve el mismo resultado: respuestas demasiado forzadas y hasta rebuscadas. En ese momento concluí que realmente no es que no desee nada, sino que simplemente me he llenado de formalismos, en ese momento me decepcioné un poco de mí mismo.
De niños somos espontáneos, ocurrentes, llenos de ímpetu y energía. Con el paso del tiempo la sociedad nos mal-forma. Nos “enseña” a pensar esquemática y analíticamente lo que es socialmente más conveniente para nosotros.
Ahora concluyo: ¿Qué es lo que usted más quiere en la vida?