Estado social de derecha

Óscar Arias es un político pragmático y oportunista; efectivamente, quien no tiene estas cualidades difícilmente puede ser un político. Lo que pasa con don Óscar es que no las utiliza para gobernar bien. No es necesario hacer un listado de los desaciertos de su gestión de gobierno, que concluyó recientemente. Basta con decir que el […]

Óscar Arias es un político pragmático y oportunista; efectivamente, quien no tiene estas cualidades difícilmente puede ser un político. Lo que pasa con don Óscar es que no las utiliza para gobernar bien.

No es necesario hacer un listado de los desaciertos de su gestión de gobierno, que concluyó recientemente. Basta con decir que el gobernante Arias ha venido empecinadamente -a su estilo “monárquico”- creando las condiciones para sustituir el Estado social de Derecho por el Estado social de Derecha.

Su obsesión privatizante lo condujo desde su primera administración a actuar inconstitucionalmente, cuando aprobó la concesión a la empresa MILLICOM -que curioso, hoy esta empresa participa legalmente como posible concesionaria-. El pragmatismo de la derecha es de tales dimensiones que el derecho le tiene sin cuidado. Cuando no es posible evadirlo se “tuercen brazos”.

El problema de esta derecha neoliberal no es solo que gobierne para favorecer a las empresas transnacionales, es decir, hacer más ricos a los ricos. Es más bien que su propuesta de desarrollo social sigue siendo asistencialista. Celebra que la pobreza se redujo en unos puntillos y no pondera el empobrecimiento de la clase media.

Asimismo, los servicios en salud y educación no se mejoran cualitativamente; no hay soluciones sustantivas para la creciente demanda de vivienda  digna; el negocio se antepone al derecho ambiental; y el  apoyo a empresas pequeñas y medianas es muy limitado. Para la derecha lo primero es el mundo de los grandes negocios  -eso es “pensar en grande”- y el crecimiento de la economía. Los pobres y los sectores medios están predestinados al rezago. En estas condiciones, salir del sótano se convierte en un acto de heroísmo, que solo lo logran poquísimas personas pertenecientes a estos estratos.

Es mal gobernante el que no gobierna para las mayorías. El que entrega la institucionalidad pública socialmente más rentable a empresas extranjeras. El que  piensa en un majestuoso estadio de futbol antes que en reconstruir la red de puentes que pone en peligro la vida de tantas gentes, así como carreteras nuevas para cantones que tanto han aportado -y siguen aportando-al desarrollo del país, como el de San Carlos. Y, sin duda, es un mal gobierno el que  no le importa que los acuíferos, al parecer, ya de por sí contaminados, se terminen de contaminar, apoyando la actividad minera a cielo abierto.

En síntesis, no hay tal de inserción inteligente en la economía global, cuando se intercambia naturaleza y ambiente sano por “unos dólares más”, que aportan actividades que están destruyendo el planeta y su biodiversidad. Igualmente cuando se  dan en concesión obras públicas a empresas extranjeras, que las dejan a “medio palo”: Aeropuerto Juan Santamaría y carretera a caldera. Y no se diga de las “matráfulas” utilizadas para imponer un sindicado que favorezca la entrega del puerto de Limón a empresas extranjeras, siguiendo el modelo de las viejas “economías de enclave”- y uno que pensaba que las “banana republic” eran cuestión del pasado-.

Recordando a Weber, existen los políticos que viven para la política y los que viven de la política. Curiosamente, Óscar Arias reúne las dos condiciones. Vive para la política porque tiene vocación de político de derecha, es decir, que poco le importa  el derecho. Vive de la política porque su ego se desvanece sino es protagonista aún de las inciertas obras del futuro, que hoy inaugura con su nombre.  “Vanidad de vanidades… todos es vanidad”. Así celebraba el sabio autor del Eclesiastés los aires de grandeza del imperio de la dinastía helenista de los tolomeos, en el siglo III A.C.

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