Una publicidad extraordinaria acompañó el embarazo por violación de una niña nica, de nueve años. Pero no vayan a creer que se debe a la indignación de los medios por ese acto criminal, que debería considerarse como un delito de lesa humanidad; es decir, uno que viola la dignidad y conciencia de todos los seres humanos y no sólo a la víctima. Qué va, si la niña no hubiera quedado embarazada, su violación no hubiera sido una noticia tan debatida.
Decenas de niñas y muchos niños son violados cada mes, las más de las veces en su propio hogar, sin que nadie se conmueva. Es más, sin que la Iglesia Católica se pronuncie y sin que nadie sea excomulgado. Entonces, ¿por qué tanto alboroto? Porque las feministas, entre otros grupos, pedíamos la interrupción del embarazo de esta niña. Pero como sucede siempre que las mujeres pedimos algo relacionado con nuestros derechos sexuales, la Iglesia Católica –entre otras instituciones poderosas y adineradas– se opuso ferozmente a que se le practicara un aborto, arguyendo que el no nacido tiene tanto derecho a la vida como una niña de nueve años o, en realidad, como cualquier mujer de la edad que fuere.
La forma como la mayoría de los medios presentaron la «polémica» entre ambas posiciones a favor y en contra del aborto, demuestra que su preocupación no se centró en la crueldad ejercida contra esta niña de nueve años por un hombre que le doblaba su edad y su tamaño. Tampoco se centró en un análisis sobre la construcción de la sexualidad masculina, que promueve que tantos hombres adultos desprecien a tal punto la vida de los y las niñas, que sienten placer sexual en destruírselas. Y tampoco se puede decir que les preocupó gran cosa la supuesta «nueva vida» que tan violentamente formó parte del pequeño cuerpo de esta niña. El interés de los medios se centró en el debate sobre el aborto desde su complicidad con instituciones tan poderosas como la Iglesia Católica, el Colegio de Médicos, etc. Y digo complicidad porque en este debate, no se informó sobre las contradicciones de la Iglesia con respecto a la vida humana que dicen defender, cosa que se debería hacer si ejerciera un periodismo realmente objetivo. Presentar la posición feminista y la posición de la iglesia como dos bandos en igualdad de condiciones que tomaron este caso como bandera para la discusión por o contra el aborto, es obviamente sesgarse a favor del bando que tiene más poder, más dinero y más acceso a difundir sus ideas y convicciones.
Por eso, ante esa parcialidad de los medios a favor de las posiciones de los poderosos, quisiera hacer un análisis de la supuesta preocupación por «una nueva vida» de la Iglesia Católica. Su defensa intransigente de la vida de los no nacidos no puede menos que parecer hipócrita frente al su relativo silencio con respecto a la guerra contra Irak que prometen los Estados Unidos y sus aliados en todo el mundo. Me pregunto cómo es posible tanta inflexibilidad y oposición a la terminación de un embarazo que, según los mandatos de su fe religiosa, terminaría con una vida humana –aunque la continuación de este conlleve la muerte de dos vidas humanas, la de la niña y el embrión–, al tiempo que muestran tanta tolerancia frente a esta guerra, donde se sabe con toda seguridad que morirán millones, y entre ellos, miles de no nacidos. Porque les aseguro que las bombas, por más «inteligentes» que sean, no se van a detener frente a las mujeres embarazadas.
Me pregunto si el mandamiento de no matar, según la Iglesia Católica, ¿es sólo para tiempos de paz? Porque ésta tiene una larga historia no sólo de tolerancia hacia la terminación de la vida de nacidos y no nacidos por igual en tiempos de guerra, sino de participación activa en el asesinato de millones de mujeres, indígenas, africanos, etc. en tiempos de las colonizaciones, la inquisición y guerras santas. Y ahora, frente a la guerra contra Irak, no los veo uniendo su voz, su dinero y su poderío al de millones de personas alrededor del mundo que decimos NO a la destrucción de tantas vidas. Cómo es posible qué la iglesia excomulgue a los progenitores de esta niña por permitir que finalmente se le practicara un aborto, pero ni siquiera amenace con excomulgar a los dirigentes católicos que tan dispuestos están a unirse a los Estados Unidos en esta guerra que no es contra Irak, o contra Sadam Husein, y ni siquiera contra los terroristas, sino contra la vida de seres humanos, animales, plantas, etc. nacidas y por nacer.
¿Cómo es posible que no les de vergüenza hablar de su amor y compromiso por la vida del no nacido, precisamente en estos momentos en que ha salido a la luz pública el abuso sexual de tantos nacidos, perpetrado por sacerdotes en el mismo país que hoy pone en peligro la vida de millones? ¿Cómo es posible tanta tolerancia con los líderes belicistas? ¿Cómo es que para la terminación de un embarazo tan espantoso y violento, como el de esta niña de nueve años, la Iglesia Católica casi nunca ha encontrado que las circunstancias ameritan una excepción a su postura contra el aborto, pero tantas veces lo hacen con el mandato de no matar cuando de guerra se trata.
Me parece que cuando Jesús nos pidió que amáramos a nuestros prójimos, estaba incluyendo también el que debíamos amar a nuestros enemigos, incluyendo a los ya nacidos. Pero la historia de la Iglesia Católica ha sido muy laxa con este mandamiento, mientras que ha sido muy dura con respecto al aborto que, por cierto, no es un mandamiento. No existe ningún mandamiento que diga «No Abortarás», mientras que el mandato de «No Matarás» es claro y contundente. Es cierto que algunos católicos interpretan que el abortar es una forma de matar; pero si es así, de todas maneras me pregunto ¿por qué este doble estándar con este mandamiento? ¿Por qué nunca es permitido abortar y sí es permitido matar, tanto a seres humanos nacidos y desarrollados, como a los no nacidos, en tiempos de guerra?
Me parece que la respuesta está en la misoginia, combinada con una lucrofilia voraz. Es decir, en una mixtura del desprecio por la vida de las mujeres que ha caracterizado a la Iglesia Católica y a la sociedad en su conjunto desde los inicios del patriarcado y el amor por el lucro y la acumulación de poder que padecen los ya poderosos. Porque cuando se trata de la vida de un no nacido y la mujer que lo lleva en su vientre, a todo misógino le es fácil y automática la escogencia: hay que optar por la del no nacido sin importar las consecuencias que esto le acarree a la mujer y hasta a la calidad de vida del no nacido, que por cierto, bien podría ser otra mujer y entonces, ¡qué importa! Pero tratándose de una guerra, la respuesta no es automática: primero hay que analizar los intereses en juego. Y si estos intereses dictan que la guerra le convendría a la Iglesia, o al menos, que a la Iglesia le conviene seguir siendo cómplice del que promueve tal guerra, entonces bendita sea!
La guerra que nos quieren recetar los belicistas de hoy, entre ellos algunos católicos, es claramente con fines lucrativos, ilegítima e inmoral. En ella se va a desobedecer el mandamiento de no matar no una, sino millones de veces. En ella van a morir millones de seres, nacidos y no nacidos por igual. Entonces, ¿por qué no se amenaza con excomulgar a Aznar, a la esposa de Blair, y a cualquier otro católico que esté apoyándola?