El fenómeno del calentamiento global no es novedad. Ya hace más de veinte años, científicos de todo el mundo han venido denunciando los efectos de la contaminación acelerada, en la que desafortunadamente, la especie humana ha sido la responsable en todo el planeta de esos miles de toneladas de residuos industriales que han tenido consecuencias groseras, tanto en las aguas de consumo humano, como en las condiciones atmosféricas.
La víctima más conocida es, sin duda, la capa de ozono, que nos protege al detener los quemantes rayos ultravioleta del sol. Esta ha venido siendo carcomida por las emisiones de CO2 disparadas por todas las muflas, turbinas y chimeneas industriales. Las averías a esta vital capa han sido tan notorias que cualquier ser humano, al estar expuesto a estos peligrosos rayos del sol, sufriría en carne propia enfermedades como el cáncer de piel, entre otras. Aunque recientemente la prensa nos ha dado la noticia de que el ritmo de destrucción se ha frenado significativamente, estamos aún muy lejos de una plena recuperación.
Pareciera entonces, que se necesita una conciencia ambiental para despertar las mentes de algunas mega empresas y gobiernos, como el de los EEUU, que férreo defensor del lucro de las transnacionales, se niega a ratificar al igual que otras naciones desarrolladas el Protocolo de Kyoto, que les exige la disminución de las emisiones a la atmósfera. También en Costa Rica fue bastante difícil obtener la ratificación del Protocolo de Montreal, otro instrumento internacional que exige la disminución paulatina del bromuro de metilo, un gas tóxico no solo para el ser humano sino para la misma capa de ozono.
Otras víctimas tienden a pasar más desapercibidas, aunque su relación con el equilibrio ecológico que posibilita la vida es capital. La gradual desaparición del escudo de ozono trae como consecuencia que los hielos acumulados en ambos polos, que constituyen la mayor reserva de agua dulce del mundo, se disipen y resquebrajen progresivamente. El peligro inmediato de los icebergs para la navegación, se empequeñece ante las consecuencias a mediano y largo plazo. Se estima que al final del siglo XXI no habrá hielo en los polos producto del aumento en la temperatura, la salinidad y las corrientes marinas. Los países andinos, cuyos suministros de agua potable dependen de las nieves perpetuas de la cordillera, ven con angustia como esos glaciares desaparecen. Igual temor se padece en el África con los hielos del monte Kilimanjaro.Saltan a la vista además otras víctimas aún menos conocidas, como diversas especies de flora y fauna. La extinción de ciertos animales debido a su extremada sensibilidad a los rayos ultravioleta, o por las alteraciones en su hábitat natural, se ha incrementado. Entre estas, es importante mencionar ciertas especies de tortugas y ballenas, los pingüinos y los osos polares; estos últimos, a medida que desaparece el hielo en el que viven y cambia la temperatura de los océanos.
Es casi imposible conocer las especies de plantas y de insectos que ya hemos perdido irremediablemente. La desaparición de plantas que sirven de alimento a insectos y aves produce una ruptura en la cadena alimenticia, que eventualmente alcanzará a su causante principal: la especie humana. La ciencia sostiene que estamos en el curso de una nueva extinción masiva. En nuestro país el sapo dorado de Monteverde es un ejemplo de una especie que desde hace varios años no se ha vuelto a observar y algunos creen que se extinguió.
Como seres humanos, como costarricenses, y sin importar el grado de culpa que tengamos en esta lamentable situación, tenemos un deber con nuestro planeta y con todas las especies de las que Dios nos hizo sus guardianes. Tenemos que asumir nuestros deberes ambientales con seriedad, sabiendo que quizás el esfuerzo individual parezca insignificante, pero que la suma de éstos puede ser determinante en el destino de nuestro planeta. Las medidas que tome nuestro país en defensa de los recursos que le quedan, además de servir de ejemplo al mundo, constituirán esa contribución para preservar la vida en todas sus formas conocidas. Es hora de despertar.