Fotografía y sociedad burguesa

Las fotografías como fuentes primarias autentifican la existencia de un ser, de una situación o de un personaje. Junto a ello, destacan por

Por Guillermo Alfonso Brenes
Docente
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Las fotografías como fuentes primarias autentifican la existencia de un ser, de una situación o de un personaje. Junto a ello, destacan por ser fuente de información y un artefacto cultural que no puede ser disociado de su significación histórica y social. A grosso modo, el análisis de las imágenes fotográficas debe fundamentarse en los aspectos de “denotación” y “connotación” para su entendimiento. Así pues, en un recorrido “imagético” por diferentes modos de representación y autorrepresentación de la burguesía entre los siglos XIX y XX permite imaginar a las damas y a los caballeros de la élite en su afán de verse retratados en variedad de poses y de mantener viva la imagen visual de la memoria familiar. Y, justamente, los álbumes fotográficos idealizaban la vida del núcleo familiar burgués, que siempre mostraba lo mejor de sí mismo y ante los demás. El fotógrafo debía capturar un gesto singular, una sonrisa fugaz o concertar la pose con la personalidad del retratado o los retratados. Cada quien ocupaba su lugar dependiendo de su jerarquía y rol en el núcleo familiar, en el centro los padres sentados –o, en otros casos, el hombre de pie y la mujer sentada en una silla o viceversa–, rodeados por los niños pequeños. De seguido, los hijos mayores se ubicaban detrás de ellos. Todos prestaban su mejor pose sumándose a la espera de que su “imagen inmortal” fuera tomada. Previamente, el fotógrafo los había hecho sentarse, moverse, cambiar de lugar o cruzar las manos. Tomarse fotos en esa época era algo muy serio porque denotaba los hábitos culturales sofisticados y modernos de un grupo social que podía ser fotografiado. Los accesorios asociados a la imagen fotográfica, tales como alfombras, plantitas, columnas acanaladas, sillones de flecos y cortinas de seda, determinaban el rango social de los protagonistas. Junto a lo anterior, hay que señalar la idea de que los retratos fotográficos (rostros y cuerpos) despliegan representaciones que coadyuvaron a la configuración y divulgación de significados (cohesión, entendimiento, comunicación, por ejemplo), de la identidad familiar y de atributos de género que se consideraban dignos de elogio e imitación tanto en la esfera pública como en la privada. En las fotografías, las mujeres –siempre muy bien vestidas– manifestaban elegancia, delicadeza, compostura, recato, perfección, fragilidad, tranquilidad y calma interior absoluta; los varones se mostraban impávidos, nobles, altivos y austeros en la firmeza de su semblante. Se autorrepresentaban muy dignos y disciplinados. Las imágenes de la infancia son inquietantes. ¿Por qué? En algunos casos, niños en apariencia sanos e inteligentes, pero que no sonríen ni hacen travesuras frente a la cámara fotográfica. La pose y la escenografía eran tan cuidadas –colocación de objetos y utilería acordes a su edad– que únicamente permitían recrear el mundo característico de sus padres, olvidándose de ofrecer algún detalle que remitiera a la niñez. Pero también abundan imágenes de niños de tierna mirada, gestos cándidos y poses más relajadas, disfrazados o con sus mejores ropas, entretenidos incluso ante la mirada indagadora del fotógrafo.
En suma, a finales del siglo XIX e inicios del XX, las familias burguesas registraron por medio del acto fotográfico sus retratos. Retratos que documentan hombres, mujeres y niños de modo especial, la vida familiar burguesa, el comportamientos entre los géneros; como dice la investigadora brasileña Georgia Quintas, los significados “adormecidos”, las ideas, los valores y las representaciones sociales.

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