El nacionalismo y patriotismo son fundamentales en estos procesos. Frente al recién nacido están el crucifijo y el agua bendita y poco después, la tricolor, el himno nacional, la guaria morada y la parafernalia simbólica que con el tiempo nos hace sentir orgullosamente costarricenses. La inducción y el adoctrinamiento son mecanismos centrales de los estados-nación. Los integrantes de la sociedad, formados en proyectos estatales exitosos, revelan especialmente su nacionalismo en vivencias en las que la “nacionalidad” es celebrada, puesta a prueba o alcanza éxitos extraordinarios. Los valores patrios no se administran solamente en las efemérides nacionales. Son un insumo valiosísimo para el control social y las campañas de consumo mercantil. El campeonato mundial implicó una orquestación eficiente, para llevar a los costarricenses al borde del paroxismo. Los medios de comunicación masiva, las corporaciones nacionales e internacionales y las pequeñas y medianas empresas afinaron mensajes patrióticos para obtener beneficios del consumo desaforado, de toda suerte de bienes e indumentarias.
Resaltó, en este contexto, la posición de reconocidos periodistas que, en sus programas cotidianos, argumentaros a favor de trasladar el modelo de la Selección Nacional a otras experiencias productivas y laborales, para enfrentar los desafíos del mundo globalizado. Nos inundaron de moralismos sobre la urgencia de los valores del trabajo en equipo: respeto, confianza, creatividad, liderazgo democrático, solidaridad, cooperación, etc. Los expertos se extendieron en comparaciones especulativas entre aquel modelo de trabajo y el ejecutado en empresas públicas y privadas. Había que imitar las virtudes y sacrificios del novel equipo nacional, para corroborar la frase de antonomasia: “sí, se puede”. La extrapolación fue fundamento de análisis sabihondos y bizantinos. El abordaje histórico-social, la consideración crítica de los procesos económico-sociales y las implicaciones socio-psicológicas de los procesos de esta fase del capitalismo global y neoconservador, estuvieron ausentes. El trabajo de la selección era el referente para que otras esferas socioproductivas alcanzaran los estándares de países desarrollados. El análisis quedó sujeto a la apariencia, como diría K. Kosik, se quedaron en la seudoconcreción.
Luego aparecieron las denuncias: liderazgo autoritario, relaciones humanas irrespetuosas, deslealtad entre las partes, celos profesionales, conatos de rebelión, aislamiento profesional, etc. Frente a esta paradoja surgen las preguntas: ¿nos quedamos con el modelo aparente o el efectivamente realizado? ¿Qué variables influyeron en tan altos logros? ¿Fue el disciplinamiento autoritario, el sentimiento patriótico, la expectativa de gratificaciones monetarias, el gusto por la exposición mediática, el desafío por superar metas personales, etc.? ¿Se puede separar el trabajo de la Selección Nacional de los mecanismos publicitarios y de consumo mercantil propios del capitalismo globalizador dominante? Esta experiencia es todo un espacio/tiempo para la investigación social compleja y crítica.
Quienes pretenden el análisis social comparativo a partir de la precariedad y transitoriedad de ciertos fenómenos y en ausencia de los procesos históricos, sociales, económicos y culturales en el abordaje de aquellos, pueden enfrentar luego conclusiones insostenibles. Así entonces, además de cuestionar el tan alabado modelo de trabajo de la Selección Nacional, también procede, en el plano de los valores del comportamiento colectivo, preguntar por qué algunos que ayer se arroparon con la bandera nacional y fueron “hermaniticos” en las celebraciones de los triunfos de la Selección Nacional, en el próximo clásico futbolero estarán dispuestos a agarrarse a mecos por defender las banderas del Saprissa o la Liga Deportiva Alajuelense.