El gobierno israelí ha recurrido al ejemplo de los Estados Unidos para legitimar su “guerra preventiva”. El embajador de Israel en Costa Rica justificó las acciones militares desproporcionadas contra Líbano, aduciendo la amenaza potencial que representaba el grupo “terrorista” Hezbolá para Israel; incluso, en esa oportunidad, recurrió a ilustrar y validar tal desproporción recordando el ataque atómico de Estados Unidos contra Hiroshima. Hoy se apela, nuevamente, al “terrorismo” de Hamás para justificar el genocidio y la devastación del pueblo palestino.
La doctrina de la “guerra preventiva” emula la de “seguridad nacional” que padecieron los pueblos latinoamericanos en la década de 1970, y que legitimó la represión, también indiscriminada y desproporcionada, por parte de regímenes dictatoriales que cometieron crímenes atroces. Estos pueblos, que padecieron y padecen las consecuencias de las acciones criminales de esos regímenes, deben reforzar las acciones de solidaridad con el pueblo palestino. Estamos ante un caso donde un pueblo avasallado por una potencia militar, como lo es el estado Israel, que lo mantiene en condición de “gueto” en su propia tierra.
Hoy los conflictos locales tienen fuertes consecuencias globales; y existe mayor conciencia de esa realidad por parte de una ciudadanía que se siente corresponsable en la tarea ineludible de proyectar una globalización alternativa para la equidad y la inclusión a los más altos niveles posibles. Por eso, de acuerdo con Zygmunt Bauman, los problemas globales de nuestro tiempo hay que enfrentarlos globalmente, y buscarles soluciones también globales.
El conflicto Isaraelí-palestino no es simplemente un asunto local. Tiene alcances globales y, como tal, debe ser abordado. La ONU tiene que probar si realmente está a la altura de estos tiempos o requiere de cambios sustantivos para hacer valer sus criterios y decisiones. Urgen acciones concretas, contundentes y oportunas. No se debe postergar más la constitución y reconocimiento del estado palestino. La condición de “exiliados” en su propia tierra afrenta a todos los pueblos libres y dignos del mundo.
Al respecto, son oportunas las palabras de Martin Buber: “[…] se puede calificar de humana a una sociedad en la medida en que sus miembros se confirman recíprocamente. La base de la convivencia humana es doble, y, sin embargo una sola: el deseo de todos los hombres de que los otros los confirmen como lo que son o incluso como lo que pueden llegar a ser, y la capacidad innata de los hombres para confirmar de ese modo a sus semejantes. El hecho de que esta capacidad esté yerma en tan gran proporción constituye la verdadera debilidad y lo cuestionable de la raza humana. La verdadera humanidad solo se da allí donde esta capacidad se desarrolla” (Citado por Watzlawick, Paul (1995). El sinsentido del sentido o el sentido del sinsentido. p.21).